sábado, 5 de septiembre de 2009

Agua

Hoy, bruscamente como suele pasar en estos últimos años, cambió el tiempo. Llueve. El ambiente ha refrescado después de tanto calor estival. Salí a mi balcón con un té caliente, bebida que he recuperado gracias a las tardes de conversaciones, a su alrededor, con una buena amiga y los desayunos amables junto a un estupendo amigo. Digo que salí con mi infusión agradablemente caliente, impensable sensación ayer, y me senté a respirar la lluvia; el olor a tierra mojada, hierbabuena y ozono renovado, se mezclaba en cada sorbo. Qué paz. Faltaban, quizá, las palabras cruzadas de mis amigos, pero también las saboreaba recordándolas.

Me caían unas gotas rebeldes, desordenadas por el viento que las alejaba del resto, pero no intentaba resguardarme de ellas; me mojaban a mí y a la bebida suavemente; qué apacible era sentirlas en la piel. Después de tanto calor, esas gotas aliviaban. Luego, según avance el otoño y se acerque el invierno, lo que ansiaremos será el sol. Pero ahora, es ahora y la lluvia es bienvenida.

El ruido del agua al caer es rítmico, aunque cambiante, como el murmullo de los ríos, ríos que me gusta contemplar pasar, siempre indiferentes, renovados, eternos. Este verano he conocido algunos más, esta misma tarde he visto otro desde una imagen regalada. Hoy el agua es protagonista.

Las lágrimas también son agua, tienen su ritmo, su cadencia, su humor, celebran alegrías y penas: El don del ser humano, poder llorar y reír; saber desear la lluvia cuando hace sol y el sol cuando la lluvia se excede. El don, o la maldición, de no estar nunca de acuerdo con lo que se tiene.

Lluvia, ríos, mar, lágrimas..., agua.


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