martes, 8 de septiembre de 2009

Urbanidad

--¡Uf!,¡Qué calor! Menudo verano estamos teniendo.
--Y que lo diga.
Silencio. El ascensor no llega. Carraspeos. Se apuntan dos señoras mayores a la espera. Por fin, tras, como mucho, un minuto interminable, aparece el indicador verde. Abro la puerta.
--Pase, usted. Pase.
Paso. Tras de mí entra el hombre galante que me cedió el paso, dejando atrás a las ancianas que, entre ellas, empiezan una disputa.
--Pase, pase.
--¡De ninguna manera!, usted primero.
--¡De eso nada! Ande, entre.
--¡Qué no, qué no!
Paciencia santa por nuestra parte que esperamos, dentro del ascensor, el final del duelo de convencionalismos para poder apretar el botón de bajada.
--¡Ale!, que usted es más mayor que yo; entre.
--¡Huy, hija! Bueno, paso yo, pero no está claro.
Por fin, entran las dos, una con un bastón y la otra con un andador.
--Es que esto de la edad...
--Ya le digo.
Se pone en marcha el motor, empieza el trayecto interminable cotidiano. Silencio. Miradas al suelo, reloj, techo.
--Y mire que hay gente que con menos edad, está peor, ¿eh?
--Sí, sí que es verdad eso.
--¡Y tanto!, fíjese que los hay peores que una, que hasta se mueren antes.
--¡Jesús, cállese!, que mi marido que era más joven, murió antes que yo.
--¡Huy!, lo siento.
Silencio. Al final, tras el viaje infinito de segundos, el ascensor llega a destino y de ahí salimos todos, sin importar quién sale antes ni quien cede el paso a quien.

No hay comentarios:

Publicar un comentario