lunes, 30 de mayo de 2016

Andando

Andando entre la gente, mucha gente, con la iluminación de estas fechas, lucecitas que ayudan a dar una sensación de irrealidad, quizá pensadas para provocar el consumo, ese impulso condicionado de anuncios, Navidad, gastos...
Cuántos somos. Cuánta gente que no conocemos nos vamos encontrando en esas calles iluminadas. Cada uno con su mundo, historia, pensamientos; sin conocernos pero rozándonos, escuchando retazos de sus conversaciones, compartiendo durante un segundo sus preocupaciones, alegrías, inquietudes.
Quizá entre ellos estén los que en un futuro serán amigos, compañeros, vecinos. Los que ahora miramos y no reconocemos podrían convertirse en gente con la que quedar algún día. No se sabe. No nos hemos encontrado en un ámbito propicio para el trato, solo unos instantes, unos segundos donde hemos intercambiando el mismo lugar, las mismas luces, el mismo tiempo.

jueves, 26 de mayo de 2016

Segunda edición de El día a día.

Segunda edición de El día a día

Gracias a todos por todo.
Que os siga gustando tanto como a mí me gusta que os guste.

https://www.amazon.es/s/ref=sr_nr_seeall_1?rh=k%3Aeva+monzon%2Ci%3Astripbooks&keywords=eva+monzon&ie=UTF8&qid=1463234951




lunes, 23 de mayo de 2016

No hay tanto

De un espacio a otro no hay tanto.
Aunque en el traslado te llevas contigo, sólo cambia el escenario. Eres más tú, quizá, fuera de tu propio ámbito. Has de moverte en un entorno diferente al acostumbrado, te pones a prueba. Es todo un reto.

Otro tiempo, otro momento, diferentes calles, idiomas, gentes. Visitar en horas, lo que antes constaba días, meses. Ir alegremente a lo que antes se enfrentaba con susto, y testamente hecho, es una de las ventajas de la técnica. Magia: ahora aquí, ahora allí.
Aún así, a ti no te dejas, sólo abandonas, por un tiempo, la rutina diaria, para al llegar, adornarla, mejorarla y soñar con el siguiente espacio, lejos de todo, menos de ti mismo.

jueves, 19 de mayo de 2016

Silencio

Es gratificante intercambiar palabras, pero aún lo es más compartir el silencio. Sentirse plenamente comprendido sin necesidad de diálogo, a gusto con la ausencia de cualquier estorbo que amenace romperlo. Sólo se podría admitir un suave contacto, un leve roce, una ligera presión. Nada más.
Esos momentos blancos dicen más y son mas profundos que horas de conversaciones, planes, caminos, imágenes. Sólo cerrar los ojos y escuchar lo inaudible, lo que ni uno sabe que lleva dentro ni se dice; el ruido diario lo enmudece.
Silencio en compañía. Sin tensión. Sin tiempo.
El lujo de oír tu silencio escuchando ese otro silencio igual de mudo y vital, nos confiere la sensación de entenderlo todo sin necesidad de explicar nada, lo que no logran las palabras, eternas liantas. Pueden pasar minutos, segundos, horas o años, en la misma posición sin hablar, intercambiando sensaciones conocidas, recuperadas o nuevas: un transvase ancestral de paz, tranquilidad.
Puede que nuestros antecesores se sintieran así hace tanto, no hace nada, ante el fuego, recogidos, sin apenas modo de hacerse entender por un lenguaje incipiente pero ya hermanados en las emociones, lucha, curiosidad, afán por estar juntos; necesidad de ser unos en otros. Quizá ese silencio atávico sea el que se convoca cuando encuentras con quien compartirlo.
Y en ese silencio se dice todo.

sábado, 14 de mayo de 2016

Segunda Edición de El día a día




Segunda edición de El día a día, que os siga gustando, que me sigáis leyendo.
Gracias.







https://www.amazon.es/s/ref=sr_nr_seeall_1?rh=k%3Aeva+monzon%2Ci%3Astripbooks&keywords=eva+monzon&ie=UTF8&qid=1463234951

jueves, 12 de mayo de 2016

Sueños y Muerte (para Amparo)

Se compara el sueño con la muerte.
De los sueños, y la muerte se dice mucho: nadie los comprende, conque la necesidad de explicarlos nos persigue desde que sabemos que somos mortales.
Las leyendas más hermosas surgen de ese estado onírico, de ese otro lado de la Laguna Estigia; entre ellas se comunican: los sueños noa traen a los muertos y la Muerte se disfraza de ensueños. 
Mientras tanto, seguimos viviendo entre esos dos estados, recibiendo las visitas, al dormir, de quienes se fueron: nos avisan, para cuando abramos los ojos al día siguiente, que hay que estar atentos, atar corta la vida, que se nos va entre ilusiones y realidades, entre noche y día, entre suspiros y certezas.
Durmiendo, nuestros espíritus buscan lo que en la vigilia les supera, y la Muerte abre la mano para que, los que no están, nos visiten unas horas.

lunes, 9 de mayo de 2016

Crítica de Tino Pertierra a mi novela El día a día, en su Tinta Fresca. El puzle de la vida


Eva Monzón teje una sensible crónica del ajuste continuo a las mutaciones del tiempo que sufren las personas


Con El día a día, la escritora Eva Monzón se marcó el desafío de contar lo frágil que es la línea temporal de cualquier vida, haciendo añicos “esa falsa seguridad que nos hace creer que, tanto nosotros, como la vida que llevamos, es estable. No lo es: cambiamos, adaptándonos, o no, a ese fluir constante de los días que nos definen: cada vida es la crónica del ajuste continuo a las mutaciones del tiempo”. A partir de esa idea , la novela se desarrolla “modificando por completo el destino aparente de una familia: cada uno de ellos se desgaja de lo que debería haber sido su vida, para tener que afrontar otra completamente diferente. Solos, han de aprender a situarse, adaptándose a las nuevas condiciones si quieren sobrevivir; tienen que luchar contra sus recuerdos, a la vez, que deben conservarlos para no perder su identidad. Un equilibrio complejo en el que se moverán los personajes, dependiendo de la capacidad que tienen para aclimatarse a ese caos, que han de ordenar para vivir en él”. Los lectores tienen fácil identificarse con lo que sucede en la narración. Y es que “todos pasamos por mutaciones así, no hay vida que no las tenga, solo que algunas son mucho más drásticas que otras. Aquí lo son”. Para alcanzar el punto exacto de una narración que no dejara cabos sueltos y abarca lo más posible de esos escdenarios íntimos, la autora buscó “la técnica fragmentada, no solo porque así queda claro el desorden de esos días, sino por lo interesante; se van dando piezas sueltas, y el lector las va uniendo, creando con ellas la imagen completa de lo que van encontrando: es un modo de implicar, activamente, a quien lee: se es, a la vez, lector y autor”. Ha disfrutando mucho contando esas vidas “donde al trastocarse crearon, asimismo, una cadena de acontecimientos que jamás habrían ocurrido si no se hubiesen apartado de ese destino primero. El encadenamiento de sucesos que se da al descolocar uno solo, es inquietante. Eso también quería que se notase en este día a día”. El título, que puede parecer simple, “es justo lo que quería trasmitir: ese día, a día, a día que implica vivir y cómo llevarlo lo más dignamente posible, o en su defecto, sobrevivir”. “La mayor traición contra la vida es la vida misma”. Una frase contundente con la que Monzón quiere decir que la Vida, con mayúsculas, “va por un camino independiente de la vida que querríamos llevar, los planes, proyectos, ilusiones que nos hacemos no suelen coincidir con la vida que, al final, llevamos, a veces para bien...” Al ir creando el puzle “las mismas piezas debían estar ordenadas en un desorden claro, para que el lector quisiera recogerlas evitando que fuesen meros trozos obvios o deslabazados. Ahí tuve mis más y mis menos”. La potente idea original se mantuvo aunque fue aumentando a medida que se iba escribiendo, “abarcando más temas que pasaron a arropar esa idea primera, así que aumenté el puzle fragmentando y alternando las voces principales; ahora no solo el niño tenía su mosaico, sino también la hermana y la madre, desde ellas abría más destinos cambiados”.

jueves, 5 de mayo de 2016

Pequeño relato; Vecinas

Los gritos se escuchaban cada día, daba igual la hora, la excusa, el motivo. Daba igual. Cada vez que él llegaba a casa, no se tardaba ni diez minutos en empezar a escucharse su voz, gritando, exigiendo, rompiendo la tranquilidad del salón de Ana, que vivía pared con pared y que no podía evitar escucharlo todo. Lo peor eran los llantos del bebé; no paraba de llorar, y eso irritaba aún más al padre.
Era por todo, él se enfadaba por todo: porque no estaba bien condimentada la comida, porque repetía menú, porque el niño no se callaba, porque el jefe le había llamado la atención, porque el estúpido del compañero no había hecho bien su parte, porque llovía, porque no llovía. Daba igual. Ella nunca alzaba la voz, intentaba amortiguar el malhumor, la irritabilidad del otro. Era un intento vano.
Ana se desesperaba, sentada en su sofá, por mucho que quisiera centrarse en la lectura, o en la película que estuviera viendo, o en los pensamientos que le rondaban continuamente sobre las decisiones tomadas, que le habían llevado a esa casa, lejos de otra que decidió dejar, pidiendo el traslado de oficina y el distanciamiento geográfico de donde ya no era feliz. Aún sumergida en sus pensamientos era imposible no salirse de ellos a cada grito, a cada puñetazo sobre la mesa, a cada susurro de ella intentando quitar hierro.
Un día más violento en gritos que los demás, Ana se asustó mucho; quitó la radio para atender mejor: nunca había escuchado que le pegase, pero no sabía por qué, siempre estaba pendiente de ese golpe. Creía que hoy podía ser el primero. Escuchó a través de ese tabique sonoro y se notó tensa; si acusaba cualquier signo de violencia física, llamaría a la policía. No tenía duda. Ni cuando vio a su vecina hace una semana, esperando el ascensor, no habían coincidido aún desde que se mudó. La reconoció por la voz suave, la misma que usara para calmar las tormentas. “Hola; ¿a cuál vas?” “Al séptimo”, “Igual que yo”, “Sí, somos vecinas. Me llamo Ana. Encantada”, “Ah, sí, eras la nueva, ¿no?, bueno, pues ya sabes, lo que necesites, llamas, ¿vale?”; “Muchas gracias, igualmente”. Y esas palabras las remarcó con muchísima intención, tanta, que se sintieron incómodas lo que quedó de trayecto en el ascensor. Ana miraba a su vecina en busca de señales de violencia en su cuerpo: un moratón, unas gafas oscuras, ropa más abrigada que la que se requería en este tiempo..., pero no encontró nada.
Y ahí estaba, preparada para intervenir, aunque fuera indirectamente. Sabía por experiencia que a nadie le gustaba que gente ajena interfiera en sus vidas, aunque estas sean más infierno que vida. El derecho a equivocarse es sagrado. Ella lo sabía bien. Aún tenía señales visibles de la última paliza de quien escapó.
Esperaría. No permitiría que a su vecina le hiciera nadie daño.

lunes, 2 de mayo de 2016

Juego

Hay juegos peligrosos, de los que al jugarlos, pierdes aunque ganes. Son todos aquellos que tienen que ver con las emociones de los demás. Hay gente manipuladora que se mete en ellos sin más consecuencias que su propia alma, que ya hace tiempo perdieron en las apuestas. Suelen ser personas frías que se disfrazan de cálidas, mentirosas que dicen contar verdades, egoístas que lo dan todo en un principio, hasta que tienen abierto el camino que buscaban.
Día tras día veo los naufragios de esas víctimas rotas, que todavía no acaban de entender que les mintieron, que se llevaron sus sentimientos, ilusiones, fe, dinero... y no asimilan que los lobos se siguen disfranzando de corderos. Y en este juego, no hay sexos: todos juegan.