jueves, 30 de diciembre de 2010

Año nuevo

Se acaba el año, qué rápido se ha ido.
Habrá sido como todos, bueno y malo, lleno de proyectos y frustraciones, luminoso y oscuro.
El que viene será lo que este, que ya se acaba, comenzó a esbozar.
Espero que esos esquemas, aún borrosos y tímidos, se afiancen y conviertan estos nuevos trescientos sesenta y cuatro días en algo grande.
Por mi parte, lo empiezo con grandes esperanzas.

martes, 28 de diciembre de 2010

Lucha

Días de encuentros, renovaciones, propuestas interesantes, de cerrar trabajos y de abrir otros. Pero no porque acabe un año, sino por el cambio geográfico.
Volar lejos de la rutina siempre nos instaura en otra dimensión donde siendo los mismos, no los somos, haciendo lo de siempre, sabe diferente: Levantarse en otra cama, oler otro café, pasear con los mismos pies otras aceras, renueva. Te acerca a ese lado inquieto que lo cotidiano, asututamente para que no se te le escapes, te esconde.
Cierto que mientras recorres esos planes con la ilusión de la novedad, ya casi hechos en la mente mientras te asomas sorprendiéndote de cada esquina, te crees dueña del destino, y que cuando los estés mirando, otra vez desde tu día a día, no solo no estarán tan claros sino que tenderán a alejarse, a desvanecerse en lo improbable.
Es entonces cuando no hay que darse por vencida y darles alas, esquivando el intento de lo habitual que querrá atarte a su lado.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Hoy relato (largo para que dure las Navidades): El museo

Mi amigo estaba allí, sentado como siempre, enfrente de ese cuadro.
Bueno, el término amigo no es el exacto. Con un amigo se comparte un tiempo que se va llenando de experiencias comunes. Yo lo único que compartía con él era el espacio. Mi trabajo es el de guardia de seguridad.
La empresa para la que trabajo nos va dando y quitando destinos ya que, en esta ocupación mía de vigilar, es muy peligroso acostumbrarse demasiado a lo que se vigila.
Se puede llegar a bajar la guardia con mucha facilidad cuando te acostumbras a ver una y otra vez durante horas y horas lo mismo..., claro que sin ese tedio profesional no me habría acercado nunca a..., pero eso viene más tarde.
Al principio no hay peligro de descuidarse. Todo es estimulante. Los recorridos aún no son rutinarios. Cualquier cambio es fácil de detectar, cualquier ruido te pone alerta. El peligro viene con la costumbre y el aburrimiento considerable que trae consigo.
Mi trabajo esa temporada estaba en un museo. No era uno demasiado importante. La gente que venía a visitarlo era más bien poca, así que no me fue difícil fijarme en uno de ellos que repetía día tras día la visita. Mi amigo.
Podría no ser rara su frecuencia de ser, digamos, un estudiante de arte, un pintor, un profesor, incluso. Pero nunca salía de la única sala en la que entraba, y ya en esa sala no se levantaba del único asiento que había, y desde ese asiento no dejaba de mirar siempre al mismo cuadro. Eso sí era raro.
Sus visitas diarias empezaron a ser un peligro para mí. Lo notaba, notaba que estaba más pendiente de él que del museo. Se me iba el santo al cielo intentando adivinar qué haría para estar tanto tiempo ahí quieto, mirando siempre lo mismo, sin desear estar en otro lado, como me pasaba a mí.
Fue un jueves cuando intenté una conversación casual, a modo de acercamiento.
-Bonito cuadro.
El cuadro, impresionista, representaba una casa de campo situada en lo que parecía ser una arboleda. Estaba todo cerrado excepto una ventana entre abierta, del piso superior. Parecía ser la hora de la siesta por la quietud y el juego de sombras que hacía el sol con los diferentes objetos.
-Sí que lo es -tardó mucho en contestar y lo hizo con la entonación lejana del que acaba de situarse en donde realmente está.
-Disculpe si le he molestado.
Me sonrió abiertamente y girándose para verme mejor me aseguró, tanto con sus serenos ojos como con sus palabras, que no lo había hecho en absoluto.
Había logrado romper el hielo, iba a preguntarle cualquier otra cosa, cuando uno de los tres visitantes que había reclamó mi atención. Quería que le indicase dónde estaban los servicios.
Cuando regresé, el hombre de la mirada serena estaba tan ensimismado que no me atreví a volverlo a la realidad otra vez.
A la hora de cerrar, sin embargo, mi amigo se me acercó y me deseó buena tarde. A partir de ese día nos empezamos a hablar compartiendo así algo más que el espacio.
Llegó un día en el que al salir, -ya que sólo nos hablábamos cuando él no miraba al cuadro-, le pregunté por qué sólo estaba interesado en ese precisamente.
-Porque sólo tengo una vida, y no me da para más.


Me pasé toda la noche -que no se acababa nunca-, intentando descifrar su contestación. Finalmente llegó la hora de abrir el museo.
Cuando le saludé, no sé qué ansía me notó en mi voz, que mirándome desde sus profundos ojos oscuros me invitó a sentarme con él en el banco. Me quería aclarar la pregunta que no llegué a formularle.
-Lo que te voy a contar no es nuevo, en absoluto. Todos los grandes pensadores, Aristóteles, Copérnico, Nietzsche, Einstein..., nos lo han indicado una y otra vez a lo largo del tiempo. Otros nos lo han hecho llegar por medio de las palabras: Shakespeare, Calderón, Unamuno, Borges... -me nombró muchos más pero yo sólo retuve unos pocos de los que ya había oído antes.
-¿Qué ves en ese cuadro? -me preguntó. Y yo se lo describí.
-¿Sólo ves eso? -estuve intentando ver algo más. Intenté describirlo más por lo menudo, pero me interrumpió suavemente.
-Después del cuadro. ¿Qué ves después del cuadro?
Le miré desvalido.
-No te preocupes. A mí me costó media vida.
Mirándome con una intensidad casi hiriente, me empezó a explicar cómo ver el cuadro.
-En ese cuadro se puede ver lo infinito, ya que en él se repite lo finito una y otra vez.
Ante mi estupor le oí preguntarme qué veía primero.
-Una puerta cerrada.
-Esa puerta está hecha de madera. ¿No?
-Sí, de madera, parece.
-Pues piensa que para hacerla se necesitarían árboles. Piensa en un árbol. La semilla, la tierra, el agua, el tiempo que necesitó para crecer y ser cortado y dar otras semillas... piensa en los animales que vivieron en él y gracias a él..., en el hombre que lo taló, con su nacer, sus circunstancias, que a su vez te llevarán a otro comienzo. Todo siempre encadenado, y a su vez, ramificado.
Sus palabras las veía en imágenes descomponibles. El árbol en ramas, hojas, sabia... la tierra, sus distintas capas, con sus distintos elementos, y en sus diferentes edades... el agua microscópica... el principio del entrecruzamiento de genes...
-¡Pero esto es una enormidad! -exclamé abrumado.
-Esto es sólo la puerta, amigo mío. Sólo la puerta me costó diez años -paró unos segundos y luego me formuló otra pregunta. ¿Para qué sirven las puertas?
-Para entrar.
-¡Eso es! Aún queda pasar adentro, imaginar lo que hay, las gentes que ahí viven, lo que piensan, lo que están haciendo... y nunca repites, porque aunque hayan otros árboles, sus semillas serán siempre diferentes, sus crecimientos distintos, sus climas irrepetibles... y con los hombres, mucho más evidente.
-¿Y ya lo has visto todo?
-No. Pero ya he logrado llegar a otro plano.
-¿Otro plano?
-Sí. ¿Qué ves?
-Una casa con una puerta...
-No -dijo con suavidad. ¿Qué ves?
-Un cuadro.
-¡Exacto! Después de todo, sólo es un cuadro que alguien pintó y que alguien mira. Está colgado en una pared de un museo que lo contiene y que para acceder al mismo se tiene que traspasar una puerta -ese es el otro plano, el plano que se acerca a lo real.
Las infinitas posibilidades de cada ejemplo sugerido por mi amigo eran impensables... el autor tuvo que tener sus circunstancias que le llevaran a pintar ese -y no otro- cuadro... los que lo mirábamos, pensarnos, conocernos... -lo más difícil que hay-. Luego el museo, su sitio en el pueblo, las gentes que en él viven...
-¿Sólo se acerca a lo real? -Aún me atreví a preguntar.
-Sí, los planos se van cerrando, acercándose en sus límites finitos a lo infinito. Pero no hay un plano real. Hay un punto, sólo un punto en el centro del infinito que genera todos los planos... y aún así, algo más habrá.
-¿Y en qué plano estás?
-¿Lo quieres saber, de verdad?
-Sí, claro.
-Con lo que te revele no podrás volver a ser el que ahora eres.
-No me importa. Mi ser ahora, es querer saber.
Me miró y lentamente empezó el final.
-Esto no es un cuadro, no estamos en un museo.
Esto es un relato, tan sólo somos la mezcla arbitraria de letras unidas por una idea que alguien materializa.
No estamos hablando. Nos están leyendo.
-¿Son esos ojos que nos leen, el centro del punto? ¿Son ellos el infinito?
Mi amigo se echó a reír.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Crear y destruir

Uno construye, otro viene y lo destruye. Y así van las cosas. A cualquier nivel. No es una queja, es una realidad. Lo que intentamos siempre, después de la destrucción es que no nos afecte demasiado, o ver por qué fue arrasado y empezar a crear de nuevo, lo roto o quizá otra cosa.
Desde la autoestima, hasta una ilusión, o un proyecto, un trabajo, un algo..., uno hace y otros deshacen. Y la primera vez que te enfrentas a eso, de niño, es cuando empiezas a entrar en el mundo del adulto. Dejas la ingenuidad, aprendes a defenderte, a entender que dejar, no es que te quiten las cosas, que a esperar de alguien algo, no es frustrarte porque no te lo den..., aprendes a que a pesar de que te destruyan, has de ser mucho más fuerte, y seguir creando.

martes, 21 de diciembre de 2010

Ilusiones a cuatro centavos

Es divertido, a la vez que un poco triste, ver cómo siempre han exisistido listillos que juegan con la ingenuidad de la gente y se aprovechan de ella para colar productos de pacotilla.
Uno de los iconos del Lejano Oeste, indiscutible, es el vendedor ambulante, ese mercachifle que intenta vender a la gente elixires milagrosos que todo lo curaban, ya fuera la calvicie, la gripe, la obesidad. Ahí están, clamando su mercancía junto con sus ganchos entre el crédulo público, que picaba y se llevaba todas las botellas que podían.
No retrocedo a las curas milagrosas de meigas ni hechiceras, pero ahí queda dicho. Desde que el mundo es mundo, se intenta el engaño.
Y ahora en pleno siglo XXI no iba a ser el final. Los anuncios increíbles, tanto en prensa, como en televisión y ordenador -que se note, al menos en la difusión, que estamos avanzados-, se sigue intentando vender timos: que si esto te hará más joven, más delgada, corta mejor, pinta sin manchas, calienta en invierno, cura en verano..., seguimos bombardeados por los mismos embaucadores de antes, y sí, siguen vendiendo.
Es que claro, quién pude resistirse a creer en los sueños, a que por el módico precio de tanto, se consiga lo que la voluntad o las circunstancias nos lo pone difícil... somos fáciles de engañar porque queremos creer que no es un engaño. Sólo un sueño cumplido.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Superpoderes

El otro día escuché esta conversación entre dos niños; "¿Tú qué superpoder prefieres tener?" el otro niño, como si eso de tener superpoderes fuera tan fácil como pedirlos a los Reyes Magos y que te los dejaran al lado de las zapatillas, junto al agua y la comida que se pone para refrescar a sus camellos, le contestó muy convencido, "Yo quiero ser invisible"; "Ah, sí, también está guay" y se ensimismó en las ventajas de una cualidad que parecía no haber tenido en cuenta; "¿Y tú, tú que superpoder te pides?"; "¡Ua, a mí me gustaría volar.", "Sí, la verdad es que sí." y se quedaron callados un rato, volando y paseando sin que les vieran. "Jo, ¿y no se podrían tener más de un superpoder?"; "No sé, no creo, ¿no?" "¿Y por qué no? Mira, yo quiero volar y viajar en el tiempo, siempre siendo invisible, claro, para no montar líos."; "Claro, claro, no es cuestión. Pues mira, yo quiero volar y poder atravesar paredes." "¿y eso de las paredes para que sirve?"; "Buah, que pregunta, tu imagínate que puedes atravesar paredes... ¿a qué mola?"; "Sí, tienes razón, mola."
Y ahí los dejé, tenía que cruzar, y no podía acompañarles más trozo en sus ilusiones, eso sí, cruzando me sorprendí pensando en cuales eran mis superpoderes favoritos y apuesto a que alguno de vosotros también ha pensado en cuál sería el suyo...¿me equivoco?...

sábado, 18 de diciembre de 2010

Horas que vuelan

Dos tardes especiales, dos tardes con dos amigas entrañables, de esas que da igual el tiempo que pase, da igual lo que pase, porque nada más estar ahí, estamos ahí, compartiendo lo que sucedió entre la última vez y esta, poniendo en claro, y oscuro, todo lo humano y lo divino, recuperando el tiempo sin ellas, y haciendo acopio hasta el próximo encuentro.
Una poetisa, y una conocedora de almas; palabras hermosas y certeras, risas y recuerdos, no de lo que compartimos, sino de lo que les sucedió, lo que nos sucedió, pero que al contarlo, ya no es exclusivo de ninguna porque pasa a ser de las dos; ese trasvase de experiencias, sueños, proyectos, ánimos, entendimiento, reconocimiento; ese mirarse en la otra, comprobando, una vez más, por qué somos amigas, por qué se pueden ir cinco horas sin darnos cuenta, por qué se hace el esfuerzo de coger trenes y de andar kilómetros bajo la lluvia para encontrarnos, sentirnos cerca y darnos fuerza.
Gracias.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Ternura y hambruna

Una de las cosas más terribles y tiernas de las que me he enterado hoy, como podía haberme enterado ayer o nunca, es un recurso de madre en tierras pobres, y de hambre, aunque más que de hambre, de hambruna.
El ingenio se agudiza cuando lo básico escasea, siempre. Los resultados pueden ser peligrosos, risibles, válidos, brillantes, pero éste en especial, me pareció de una ternura tristísima.
La madre pone a los pequeños sentaditos alrededor de un fuego, en el fuego coloca un puchero, lo llena con agua, y lo va removiendo con la cuchara de palo, rato y rato y rato, y les cuenta lo buena que va a ser esa sopa, y les enumera lo que echará en ella, y sigue moviendo la cuchara y los niños hambrientos siguen sus evoluciones, calentitos por el fuego, arrullados por la voz de la madre, dulce, envolvente, hipnótica... hasta que se duermen, y ya en los sueños, ella quita la olla y al despertar los niños están contentos porque soñaron que habían comido.


Sí, es un truco tierno, terrible, emocionante...

martes, 14 de diciembre de 2010

Metas

Hay varios tipos de planes, los de corto, medio y largo plazo.
Los últimos son los que nos indican el norte que hemos querido marcar y que desde él, se justifican los otros dos.
El primero se va modificando por las circunstancias más inmediatas, se llenan de obstáculos chicos pero engorrosos y nos pautan los meses.
Los de medio plazo, son más costosos, el esfuerzo de mantenerlos vivos lo va minando el día a día, pero son los caminos, que no atajos, que nos llevarán a la meta; a donde conducen todas las sendas, es como nuestra Roma particular, la que ilumina cuando lo vemos negro pero que también nos desespera por verla siempre lejana, aunque hemos de saber que nos acercamos cada ratito más.
Y es bueno tener esas metas, y pueden ser varias y modificables, aunque no se suele mover la esencia.
Si no se ve voluntad más allá de esas metas cortas, que en sí mismas, se agotan y agotan. Si no se hace ese esfuerzo que nos desasosiega, que nos impide acomodarnos del todo, en la nada, nuestro mundo se quedará vacío y nosotros con él.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Poema; Instante

Maneras de vivir,
sentires diferentes,
bullicios desconcertantes,
olores penetrantes,
callejuelas laberínticas,
gritos aturdidores.
Mentes ocupadas de maneras diferentes,
unidas en su sentirse vivas,
distintas en sus opciones.
Todos podríamos ser todos.

Cada instante es eterno
y en uno sólo se da
todo el ciclo vital;
a cada segundo se nace,
se ríe, se muere, se duda,
se traiciona, se odia, se ama.
Cada segundo es la vida completa
del que podríamos haber sido
del que quizá seamos,
riendo, naciendo,
muriendo, traicionando.
Cada segundo sólo nos recuerda
que no somos nada.
Suspendidos en el infinito, desconocido,
sin tiempo,
sin línea más allá del segundo constante,
diferente, turbante,
bullicioso, innegable.
Maneras de vivirlo

domingo, 12 de diciembre de 2010

Gracias

Me sorprende y me emociona cuando alguien me comenta que mis palabras le han gustado, que lo que he escrito le ha interesado o le ha transportado al mundo que esbocé, donde se sumergió desde ese apunte para adentrarse en su propia geografía, con su topografía personal, sus recovecos y sus olores, sólo sugeridos por mi propio mundo trasladado al papel, o a la pantalla. Da igual.
Gracias por decírmelo todos y cada uno de los que lo hacéis, por compartir mis palabras ya completas, porque regresan relucientes por las vuestras.
Gracias.
El día que no lo logre, dejaré, no de escribir, que no puedo, pero sí de compartirlas.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Objetos de museo

A veces, las cosas más sencillas, más simples nos atrapan en su simplicidad, en su entrañable modo de ser, de entregarse.
Me refiero a esos objetos casi primitivos que ahora quedan relegados a museos etnológicos, o al fondo de los armarios de los abuelos. Me encantaba ver moler el café en esas cajitas cuadradas, de madera casi de café, tanto por el color, como por el olor de tantas veces moliéndolo, que se abría por una esquinita y entraban los granos fuertes, enteros y que con una manivela se les iba moliendo, reduciéndolos a polvo, y que parecía fácil y cuando insistías mucho para que te dejaran moverlo, se te cansaba la mano y no crujía con el mismo ritmo que a ella, o la chocolatera, que con la maza iba esponjando el chocolate, o ese ajetreo de palillos que se movían luchando para crear una puntilla, enganchados los hilos en alfileres y bailando un vals sólo conocido por la mano y los bolillos, de donde surgía una tira de espuma de hilos y vacíos... cómo sonaban, cómo olía el café, el chocolate, qué hermosos esos utensilios hoy tan lejanos, como el botijo, ese objeto de barro, que sudaba para que el agua viviera siempre fresca, siempre dispuesta a derramarse por tu boca abierta a la espera de ese chorro que nunca parece llegar y que luego se desborda por toda la cara..., y te da risa y lo dejas agradecido, hasta la próxima sed. Si es porrón, tendrá vino, como la bota, esa de cuero vuelto... o la navaja que servía para todo... esos objetos humildes que ya no están, que se extinguen con apenas un suspiro, sin querer molestar, los que fueron la tecnología de los abuelos de nuestros abuelos.
Qué entrañables objetos, ahora, imposibles.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

El yo

Si no nos tuviéramos a nosotros mismos, ¿cómo apreciaríamos la vida? quiero decir, que sin nuestra manera única de percibir las cosas, si no fuéramos organismos individuales irrepetibles, pero a la vez, iguales a todos... seríamos un ente donde, como los ojos de las moscas, contemplaríamos el entorno sin filtro de una manera caleidoscópica y desde todos los puntos de vista, pero sin sacarle partido, ya que al no ser nosotros, al no tener opinión, nos daría igual ver la de los demás.
Ese era uno de los puntos que no me gustaba de chica entre las opciones que se dan para después de la muerte; ser un todo. Ahí también se pierde la individualidad, el yo, ese yo imperfecto y traidor, pero al que reconocemos como entidad, y creo que es esa pérdida la que angustia al pensar en la muerte.
Se dan muchas salidas a ese trance, pero muy pocas nos respetan ese yo que tanto nos está costando sacar adelante.
La reencarnación tampoco me convencía; pasar por otro yo, desde el principio, tener que olvidar uno para construir otro, sentirte a gusto en esa piel, para luego no sólo perder una identidad sino muchas, y yo pensaba, y con cuál te quedas una vez muerto de nuevo, si con todas, ya te has diluido de nuevo...
Supongo que una vez muerto, si hay consciencia de ello, y ya libres de las limitaciones perceptivas mortales, el yo será tan distinto que sólo ahora podemos elucubrar sus características.
Mejor vamos viendo como es ese yo aquí y ahora.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Escucha

Para, escucha con atención..., ¿oyes algo? es tu respiración, y si estás más atento, oirás el latido de tu corazón y si esperas un poco, te escucharás, no dejas de hablarte, de decirte cosas, todas paralelas y simultáneas a tus pensamientos, acciones, movimientos y hasta ideas. Si sigues atento notarás tu cuerpo, los pies en el suelo, las piernas, los brazos moviendo el ratón, los ojos que leen y reciben la luz de la pantalla, quizá te estés moviendo en la silla, ya un poco cansado de estar sentado, pensando mientras lees en lo que tienes qué hacer a continuación.
Shhhh, escucha..., son los ruidos que te rodean, los que hace tu casa, o la oficina, ese ciber café quizá, y huele..., son aromas domésticos, que te reconfortan y te dan seguridad... tus sentidos viven, te muestran el entorno, tu cerebro los descodifica a la vez que enciende tus pensamientos, recuerdos, ideas, planes, y acciona con eficacia todos los órganos de ti mismo que tú no eres consciente de usar o mover, tu pecho se mueve al respirar, tus células se regeneran, tu pelo crece, tus uñas también, estás gastando energía, oxígeno, estás ocupando un lugar en el universo único, sientes, sueñas, lees, piensas, opinas, vives....shhh, atento... escucha la vida.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Sin criterio propio, mal vamos

Se tiende a creer lo que se nos dice, más aún si se activa el sesgo de autoridad que ya comenté, se vive sin esa postura crítica que es la que llevó a unos pocos, da igual la época, a cuestionárselo todo y por lo tanto, a avanzar en la Historia, consiguiendo que ese criterio libre les llevara, muchas veces incluso, a la hoguera o en el mejor de los casos, al ostracismo, pero que ahora, desde la comodidad, veneramos.
Lo malo, es que actualmente, dejamos de pensar, no por miedo, sino por simple despreocupación, desidia, o llanamente, por falta de costumbre.
Se tiende a creer, también, lo que nos conviene, si lo que se nos pone por delante es un crítica negativa contra algo, o alguien, que nos perjudica lo aceptamos sin más.
Y aquí estamos en el siglo XXI cometiendo los mismos errores, haciendo eco de lo que se nos dice, haciéndonos cruces cuando quieren y sin más capacidad de crítica, de investigación, de mirar los dos lados de la moneda para luego, ya, decidir, opinar, criticar.
George Orwell, en su 1984, se acercó más que peligrosamente a esa dictadura perfecta basada en la neolengua, en el no pensar por uno mismo, y en el no sorprenderse por las obvias contradicciones de los que lanzan la información.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Accidentes

Lo cerca que pasan de uno las desgracias, a veces, y sólo le rozan; un coche que pasa tan al lado que te vuela la ropa, un tropiezo que de haber perdido el equilibrio te hubiera precipitado escaleras abajo, una tapa de alcantarilla medio rota vista a tiempo y salvada, un golpazo de manillar que te evita una caída grave... cientos de ejemplos, que vienen a confirmarte que aún se te quiere entero.
Pero al contrario también sucede, cuántas veces, al explicarnos alguien el accidente tonto de tal cuando se rompiera una pierna o de cual que lo dejó casi muerto, nos damos cuenta de que tampoco tiene lógica ninguna: No se sabe por qué los accidentes acechan casi a diario y algunas veces logran su propósito y otras no.
Lo llaman, azar, o no era tu hora, o destino, o lo que quieran, pero nadie sabe aún el porque de esas amenazas reales que acechan por las esquinas de la vida cotidiana. Puede que sea simplemente la cuenta atrás.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Malentendidos

Los malentendidos siempre tontos al principio, pocas veces son dramáticos en sus comienzos, aunque los hay, como el que provocó la detonación de la segunda bomba atómica sobre Japón, pero vamos, en general se empieza por un no comprender un gesto, unas frases, alguna actitud, que en sí mismas, no eran nada, pero por lo que sea, activa un mecanismo interno y tuerce, desde ese mismo momento, todo lo que venga de esa persona o fuente; empezamos a sesgar, a tergiversarlo todo desde ese chispazo, y vemos lo que no hay, dando a cambio una actitud equívoca que consigue que la persona también nos rechace, y como en una cadena, ese mismo rechazo provocado por nosotros mismos, nos confirma que algo había, y entonces sí que la chispa prende un fuego, a veces, devastador.
No hablamos con sinceridad, no decimos lo que pensamos, nos lo callamos y lo tapamos bajo la capa siniestra del malentendido y buscamos confirmación entre otros, agrandando el abismo.
Y si alguna vez se pone en claro ese roto, casi siempre, si hay buena voluntad, o si no, con el tiempo, se ve que todo ha sido por nada. Una amistad, una pareja, un trabajo, una postura... todo es susceptible de romperse en mil pedazos por no hablar con sinceridad, desde dentro. Y por no escuchar al otro, sólo oyendo lo que uno quiere oír.