miércoles, 8 de diciembre de 2010

El yo

Si no nos tuviéramos a nosotros mismos, ¿cómo apreciaríamos la vida? quiero decir, que sin nuestra manera única de percibir las cosas, si no fuéramos organismos individuales irrepetibles, pero a la vez, iguales a todos... seríamos un ente donde, como los ojos de las moscas, contemplaríamos el entorno sin filtro de una manera caleidoscópica y desde todos los puntos de vista, pero sin sacarle partido, ya que al no ser nosotros, al no tener opinión, nos daría igual ver la de los demás.
Ese era uno de los puntos que no me gustaba de chica entre las opciones que se dan para después de la muerte; ser un todo. Ahí también se pierde la individualidad, el yo, ese yo imperfecto y traidor, pero al que reconocemos como entidad, y creo que es esa pérdida la que angustia al pensar en la muerte.
Se dan muchas salidas a ese trance, pero muy pocas nos respetan ese yo que tanto nos está costando sacar adelante.
La reencarnación tampoco me convencía; pasar por otro yo, desde el principio, tener que olvidar uno para construir otro, sentirte a gusto en esa piel, para luego no sólo perder una identidad sino muchas, y yo pensaba, y con cuál te quedas una vez muerto de nuevo, si con todas, ya te has diluido de nuevo...
Supongo que una vez muerto, si hay consciencia de ello, y ya libres de las limitaciones perceptivas mortales, el yo será tan distinto que sólo ahora podemos elucubrar sus características.
Mejor vamos viendo como es ese yo aquí y ahora.

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