miércoles, 30 de junio de 2010

Seres fantásticos

Convivimos, desde siempre, con seres imaginarios, el Hombre no sabe, o no quiere, vivir sólo.
Cualquier civilización, por antigua o modesta que haya sido, ha creado dioses, mitos, leyendas, gentes extraordinarias que se mezclan con nosotros, pobres mortales.
No sólo los niños -o escritores y visionarios- ven natural hablar de hadas, trasgos, enanos, ogros, fantasmas, no, cada uno de nosotros nombra diariamente a más de un ser fantástico. Cualquier devota, de cualquier religión, te pone al día en santos y santas, cuyas vidas son híbridos entre realidad y ficción cuando quieras; de fantasmas y fenómenos paranormales o elucubraciones místicas, las puedes encontrar hilados entre cualquier conversación de a pie, sin ir más lejos.
Es cierto, no hay nadie libre de referentes imaginarios, los más cultos o escépticos, irán a buscar sus metáforas en personajes literarios inmortales, pero no por ello, más reales.
Necesitamos ese mundo invisible que nos refleje, nos muestre caminos, enseñanzas y miedos.
¿Qué seríamos sin ellos? Quizá simples criaturas sin norte ni imaginación, quizá aún no seríamos ni Humanos.

martes, 29 de junio de 2010

Somos más

¿Qué hay cuando uno mira hacia atrás y quiere recopilar los logros de toda una vida?
Se puede catalogar de muchas formas; por mejoras económicas, sociales, estudios realizados, árboles plantados, hijos procreados, premios, menciones, posesiones, obras, amigos, enemigos..., es innumerable, y por lo tanto incontable, y además huero, porque creo que por ahí poco se sacará, muy poco.
Cierto que es cuantificable, y en un testamento queda muy lucido, pero como dijo Mafalda: "Parece que si naces pobre y mueres rico, has triunfado en la vida."
Yo, como ella, no pienso que eso, sólo, sea muestra ni remota, del éxito de nadie.
Lo que dejamos detrás, lo que verdaderamente importa, no se puede contar ni cuantificar, es intangible porque se trata del poso que, casi siempre sin ser conscientes, dejamos en los demás y puede ser bueno, malo o regular.
No es ese libro escrito, sino si a alguien le llegaron de verdad las palabras impresas, si en su día a día le sirvieron, aunque fuera un momentito, para vivir más lleno, más feliz o más consciente.
No fue el dinero ganado, sino lo que se hizo con él, si al pagar en la tienda, también dejamos una sonrisa.
Y así todo.
Lo que somos, siempre superará a lo que tenemos.

lunes, 28 de junio de 2010

La verdad

Cuántas veces hemos querido adelantar el tiempo para que pase o llegue un acontecimiento odiado o deseado. Cuántas veces habríamos querido asomarnos tiempo arriba, atisbando por una esquina para comprobar que seríamos, qué pasaría, cómo sería nuestra vida...
Las dudas se disiparían si tuviéramos la certeza de los resultados, los mismos por los que estamos luchando ahora a ciegas; puede que no surgiera la desmoralización, que al ver el final, no cejáramos en el empeño, ése que cuesta tanto de levantar cada día, que le gusta tumbarnos, haciéndonos dudar de si hemos de tirar por aquí o por allá o si simplemente, tendríamos que dejarlo, abandonar por saber que estamos bien errados.
Sí, es una posibilidad.
Pero también, saber el futuro, podría acarrear el efecto contrario; al creer que lo tenemos bien cogido, un giro vital inesperado, haría que se escapese, dejándonos sin nada, como le sucedió a McBeth, que creía tener su reino seguro, ya que los bosques no andan, e inmortal, porque todos los hombres nacen de mujer, sin entender, hasta que ya fue inútil, que los oráculos mienten con la verdad, y que nuestra verdad es, sólo, lo que hacemos de ella.

domingo, 27 de junio de 2010

Relato: La confesión

El salón, repleto de gente y comida, da la bienvenida al nuevo pastor de la congregación. Cada domingo un feligrés lo invita; hoy el honor es de la viuda, que vive con una hija, el yerno impedido y sus tres niños, el más pequeño de meses, quien reúne a los vecinos y a su hija menor, que nade le puede negar, así que a pesar de vivir en la cuidad, ahí está, junto a los demás; comiendo bocadillos y bebiendo ponche suave.
Al pastor, joven, se le nota la falta de experiencia; no sabe muy bien cómo disimular el aburrimiento. La charla intrascendente se junta con el humo de los cigarros en el ambiente. Las mujeres le reclaman atención, los hombres opinión y los niños no cesan de dar vueltas y vueltas por la casa. El pastor atiende a sus parroquianos con una sonrisa amable y vacía, deja pasar el tiempo, que nunca transcurre, cuando se fija en la hermana pequeña; es más linda si se la mira por segunda vez, y más aún si se la presta atención. Pasó de querer irse a servirse un trozo más de pastel, dando una alegría a la cocinera, que miraba desilusionada, cómo su aportación no despertaba demasiado entusiasmo; aún quedaba un buen pedazo en la bandeja. Mientras él habla con la joven, la hermana les mira a ellos, disgustada.
Como todo acaba, esa reunión finalizó y el pastor dio las gracias a la anfitriona con una efusividad no fingida, mientras ponía una excusa, poco hábil, para ver de nuevo a la joven. Ese gesto no pasó desapercibido, reaccionando cada uno de un modo; la hija, soñadora, se fue a fregar; la madre, encantada, comentó lo obvio a quien quisiera escucharla; la mayor, cogió a los niños y los acostó, y así nadie vio su gesto de rabia.
Al día siguiente, la hermana fue a confesar. Una vez en el confesionario, rompió a llorar, desarmando al recién nombrado pastor de la iglesia protestante que calló, a la espera. La mujer empezó a comentar que era desgraciada, que ella sólo hacía el bien a sus semejantes pero que no veía recompensa, que se había sacrificado viviendo con la madre, que su marido estaba enfermo y ella era la única que lo cuidaba, y que ahora, mire usted, hasta tengo que cuidar del hijo ilegítimo de mi hermana menor, tratándolo como mío, para que mantenga su reputación intacta, que ya sabe que a pesar de estar en los años sesenta aún hay muchos perjuicios. El pastor callado, escuchaba. “Perdóneme, padre, no debería quejarme; esa es mi falta”. “Reza tres avemarías y vete en paz”. “Gracias”, dijo la mujer mientras se enjugaba las lágrimas en un rostro radiante, que la penumbra del confesionario no permitía ver. “Gracias”, repitió.
Ese domingo cuando la joven se le acercó para hablar con él después de la liturgia, el pastor, estuvo correcto, frío y distante.
No volvió a la casa de la viuda; había muchas más en el vecindario que visitar.

sábado, 26 de junio de 2010

Horas prestadas

Ante nosotros tenemos horas y horas de tiempo que debemos utilizar, qué responsabilidad. Seremos el resultado de cada una de ellas, las llenaremos de nuestras opciones y sufriremos las consecuencias, buenas y malas.
Al principio de adquirirlas, ni nos damos cuenta, aún no sabemos ni hablar, andar o reconocer nuestros propios límites físicos, vamos creciendo, pero aún no somos conscientes del Tiempo; ayer, hoy y ayer es tan ajeno a nuestras experiencias como la física cuántica ahora --excepto para los estudiosos del tema-, pero poco a poco, empezamos a valorar esos segundos, y justo cuando lo hacemos, es el tramo vital donde hay que saltárselo, no preocuparse por eso, sino por reafirmarnos, comprendernos más allá de la imagen que nos devuelven padres, amigos y sociedad.
Luego, cuando uno es consciente de quién es, de qué quiere hacer con el tiempo prestado, se asusta, cree que ya le queda poco, que ya no llega, parece tarde, pero no lo es. Es justo el momento. Y se sabe porque ante ti están todavía todas esas horas esperándote. A por ellas.

viernes, 25 de junio de 2010

Hacer

Hay gente que dice que hará y hay gente que hace y no lo dice.
Son dos grupos fáciles de distinguir; aquellos que gastan las energías soñando en lo que harán, en los éxitos fulminantes que tendrán, en lo fácil que será realizarlos y luego, a la hora de la verdad, todas sus fuerzas se fueron ahí, en esos bocetos de ilusiones trazados en el aire y con su misma consistencia.
Y es que llevar a cabo un sueño, es un trabajo terrible, cansado, desagradecido, angustioso a veces. No hay nada más agotador que pelear contra la inercia, la pereza, el desaliento, los demás que no suelen apoyar demasiado, la desesperanza..., de verdad que no lo hay. Pero si no se ceja, si se pone todo el empeño en soñar, no en voz alta, sino desde el trabajo, y si se le da tiempo, llega, vives lo que los del otro grupo, sólo rozaron con palabras, que por si solas, no logran nada.

jueves, 24 de junio de 2010

Enhorabuena, Guillermo

Enhorabuena, Guille, presentado a premio extraordinario por la Comunidad Valenciana.

Lo recuerdo de chiquitín, todo concentrado con sus pinturas de colores para no salirse de los límites del dibujo, o pasando las hojas de sus libros ilustrados, haciendo como que leía y atento a todo con esos ojazos, o cuando descubrió que la eme con la a, tiene sentido más allá de la cantinela escolar y supo entender que las palabras cuentan historias y las plasman en imágenes, o cuando se enfadaba porque su manita no dibujaba todo lo que tenía su cabeza o sintió que una voz desde dentro le hablaba, sorprendiéndose cuando supo que era su propia voz, diciéndole lo que debía o no debía hacer....
Ahora ya no es tan niño, pero me sigue encantando ver sus progresos, ser testigo de sus descubrimientos y sentirme, como siempre, orgullosa de estar ahí, con él, a su lado.

miércoles, 23 de junio de 2010

Ríos

No hace nada que he subido por las escaleras de caracol que atraviesan el mismo centro de la casa de mis amigos, dos amigos a los que va a hacer un año que el azar nos juntó con una de esas casualidades que le gusta tanto crear: hora precisa en el sito correcto. Sólo así podríamos habernos conocido y desde entonces, hemos ido renovando y afianzando, con risas, cafés, tés, juegos, retos, radio, intercambios, y sobre todo, palabras, una amistad que considero un regalo muy preciado.
Este año, he reencontrado amistades, creado nuevas, y consolidado todas.
Y esto no va en disonancia con el anterior Fragmento, el de la soledad, para nada, es que desde mi pozo, comparto mi agua con todos vosotros, los que me leéis, escucháis, llamáis, con los que compartís vuestros momentos conmigo. Qué río tan hermoso se crea, uno que desembocará en el mar, que aunque no lo llene, lo embellecerá.

martes, 22 de junio de 2010

Soledad

Estamos solos, vivimos solos, morimos solos. Esa soledad hay que asumirla para poder sentirnos acompañados, no es una paradoja, es la verdad.
Soledad, qué palabra más temida, más infrautilizada, y en el fondo, no hay otra que esa, sólo desde ahí, desde nuestra soledad, nos hacemos fuertes, o débiles, somos o nos dejamos ser.
La creación surge de su mismo centro, se puede compartir, trabajar con otro, que la chispa salte entre todos, pero es uno, uno mismo, quien crea, sueña, anda, padece, ríe, proyecta. Y desde esa gran energía, se encuentra con los demás.
Y no es fácil entenderlo así, pero si se quiere disfrutar de quienes nos rodean, se ha de comprender ese gran pozo desde donde sale todo. Nosotros.

domingo, 20 de junio de 2010

Laberintos

Qué interesante -e inquietante-, la idea de los universos paralelos, que un tú, que es y no es, igual a ti, está realizando las opciones que no elegiste.
Si te metes a fondo en esa idea, es tan vertiginoso como internarse en un laberinto con su miríada infinita de bifurcaciones, y todas resueltas.
No sé si es reconfortante o todo lo contrario, saberse en cada uno de esos caminos, experimentando la vida hasta sus últimas opciones, ahí, duplicada por cientos en esos universos paralelos, que nunca se tocarán, a los que nunca tendremos acceso, y por lo tanto, no nos servirá de nada, para ninguna de tantas vidas, haber podido vivirlas.
Quizá es eso lo que más me inquieta, saberme viviendo mil vidas y no poder acceder ni a un mínimo de ellas.

sábado, 19 de junio de 2010

Sin entender

Es bueno adquirir poco a poco la conformidad de no entender nada.
Es cierto, desde ahí, uno puede empezar a verle la lógica a las cosas, desde ese caos al que intentamos poner orden, encontrarle cabos, unirlos.
Nuestra capacidad es muy limitada, mucho, esa humildad, ese saber que nuestro intento de aprehender la realidad siempre será mínimo, es la clave para comprender, entender y vivir lo más pleno posible.
Esto no es para nada un canto a la ignorancia, no, es un indicio para seguir cuando no comprendamos el porqué de las cosas, de por qué son así, suceden asá y no son lo que querríamos; que pocas veces coinciden expectativas y realidad, pero entendiendo que son como son, independientemente de lo que creíamos que eran, es más fácil entreverarnos con la realidad y seguir en pie.

jueves, 17 de junio de 2010

Lejos

Que raro se hace mirar atrás y ver lo lejano que se está de un pasado que en su día fue presente; ya sea en una persona que ahora nada tiene ver contigo, a pesar de lo significativa que fue, ya sean lugares que aún conocidos, te son extraños, ajenos, más aún que si no los hubieras pisado nunca.

Pasear por esas calles y espacios por donde ya paseaste, es como caminar por aceras tristes, cielos melancólicos; miras y comparas, consciente de que tus ojos, no son los mismos, al igual que tampoco lo es ese rincón, esa plazeta, esa fuente.
Pero lo más doloroso es reencontrarse con quienes fueron cercanos, y constatar que ya no lo son, ya no lo es.
Y ahí están esos mismos barrios diferentes, esas mismas gentes cambiadas, y con tristeza infinita, esa misma persona que no evolucionó, que se mantiene atrapada en sus redes tendidas por ella misma, en un intento fallido de creer que así es cómo se vive; anclado en el tiempo, inamovible, reacia a cualquier esfuerzo de cambio.
Y ese miedo a mirar le impidió ver.
Qué lejos, qué lejos.

miércoles, 16 de junio de 2010

Ajetreo

A veces, la vida se entreteje de vida, es decir, todo brilla más, con más fuerza, más vivo. Suelen ser días de mucho ajetreo, planes, metas, gente..., las energías se renuevan y el cansancio está ahí, lo sabemos, pero no le damos cuartel, ahora no, eso se guarda para luego, para cuando todo deje de bullir, cuando los días no estén tan llenos y los proyectos se vayan cerrando, las metas consiguiendo. Pero aún falta y ese torbellino nos arrastra hacia la actividad frebil.
Son días vitales, que independientemente de sus logros finales, nos dejarán el poso de su barullo, de sus ganas de hacer, de sus ilusiones: nos darán vida en vida.

martes, 15 de junio de 2010

Relato; La curiosidad

Hacía sol así que se acercó a una esquina donde un árbol impedía que el calor agobiase demasiado. Se había enfadado con Tomás y Adrián, no sabría decir por qué, algo de un lápiz de colores roto, en realidad lo único que perduraba era la sensación de enfado, no el recuerdo de la disputa, así que ahora, en el recreo, enfurruñado, se aisló del resto con lo que él creía dignidad ofendida y no pasaba de ceño fruncido.
Se aburría mucho, miraba a sus compañeros con una envidia que no se reconocía ni admitía sentir; “Bah, qué tontos, no saben cómo hacer nada”. Y se entretenía con un palito horadando la tierra. Los niños reían y él dejó de mirarles; un escozor extraño le recorría por dentro, un orgullo dañino le clavaba a esa esquina tediosa, agarrado a un palito en el que centró toda su atención.”Qué sabrán ellos de nada”, y una vez más se concentró en la tierra y el palo; entonces lo vio: un gusanito bola. Encantado se dedicó a golpearle ligeramente cada vez que el animal se estiraba creyéndose a salvo. Alegre por el descubrimiento, ya sí le dio igual que su propia cabezonería le hubiese apartado del momento más divertido de la mañana. Si no lo convirtió en bolita veinte veces en cinco minutos, no lo hizo ninguna, hasta que un poco cansado del tema, se le ocurrió la idea de cómo lo haría el insecto para cambiar de forma. Lo cogió con los dedos y en la palma de la mano lo inspeccionó con ojo de cirujano e indagación de científico. La curiosidad innata del hombre ante la naturaleza reflejada en la carita de un niño arisco al que no se le ocurrió otra cosa que partir al gusanito en dos para ver si así descubría el milagro de la metamorfosis.
Las dos mitades se agitaron unos segundos y cuando comprobó, no sin fastidio, que de ahí no sacaría nada, arrojó lejos de sí los restos del bichito y olvidando su enfado, fue a reunirse con sus compañeros que tampoco recordaban por qué el niño se había alejado a esa esquina sombría en vez de jugar a pelota con ellos como cada mañana.

domingo, 13 de junio de 2010

Todo lo que cabe, a veces

Feliz de crear, recorrer kilómetros, conocer a una personita de lo más maravillosa, haber podido encontrar un tesoro donde se suponía que no había, reencontrar lugares, olores, caminos, saborear un café mientras probaba un crujiente croasan. Contenta del trabajo realizado, de las palabras compartidas, de las claves abiertas y las incógnitas que aún esperan dejar de serlo.
Admirada, de que aunque el tiempo no da para todo, nos lo da todo.

jueves, 10 de junio de 2010

Voluntad de cambio

Es tan fácil cambiar de destino, de rumbo, que asusta. Con sólo darle la vuelta a la rutina, ya está. Se puede todo. Dejar un trabajo por otro, una ciudad, amigos, profesión, identidad..., no hay límites, sólo los que nos autoimponemos.
Vivimos conforme a nuestras circunstancias y a las opciones hechas, pero siempre existe el camino radical, el que nos alejará de nuestro modo de ver el mundo.
Normalmente, no suele ser decisión propia, sino que lo que nos rodea se tuerce completamente y el cambio surge por tener que acoplarnos al nuevo estado de cosas, pero eso no significa, que no tengamos el mismo poder, uno que no solemos utilizar; vamos trampeando la vida, y nos lo reservamos para cuando, definitivamente, esa vida ya no es Vida.

miércoles, 9 de junio de 2010

Relato; Identidades

¡Ya estás aquí!” “El autobús llegó tarde.” “Bueno, me voy, ahí te la dejo. Ha pasado mala noche.” “Ande, que ya me quedo yo.” Y cerró la puerta a la hija de doña Engracia con quien vivía desde que la enfermedad se había recrudecido. La mujer la contrató por eso mismo: “¿Le importa que mi madre esté así?” “No, señora. No se apure, sabré manejarla”. Y sí sabía. Toda la infancia se la pasó cuidando a unos y a otros; la mayor de cinco hermanos en una casa donde también vivía una abuela ciega y el hermano tonto del padre. “¿Cómo está, Engracia?” Y esperaba a saber quién sería hoy. La anciana la miraba sin verla, como casi siempre, hasta que sus ojos enfocaban en el presente lo que su mente recordaba del pasado, recreando en ella a quién querían ver. Entonces se animaba y empezaba a hablar con Carmela, que dejaba de ser ella para ser la persona que la mujer deseaba que fuese. Había dejado de intentar situarla, si ella quería que su hermana Amalia le contara lo que había pasado en clase, pues se lo decía. Qué era Zacarías, su marido, el que acaba de llegar del trabajo, entonces le hablaba de lo mismo que tantas veces le había escuchado contarse a ella, en voz baja; un murmullo susurrante apenas, una letanía que contenía retazos de su vida.
Los ojos aguados y azules de la anciana enfocaron una vez más la proyección del recuerdo. “Hija, qué alta estás ya”. “Sí, madre”. Al principio del día, Carmela no hablaba mucho, tenía que ir metiéndose en el personaje, situarse en el tiempo, la dejaba vaciarse de las palabras hasta tener los datos precisos para seguir la conversación. “No sé si te cabrá el traje”. “Me lo puedo probar, si quiere”. “No, que lo podríamos manchar”.
A veces, cambiaba rápidamente de recuerdo y Carmela tenía que volver a encarnar otro personaje, valiéndose de la interminable información que la anciana masculla hora tras hora. En ocasiones, simplemente, contestaba sin más, pero con coherencia, eso sí, porque si no, la mujer se daba cuenta; no le valía que le dieran la razón, o le siguieran la corriente; ponía trampas sutiles, tendía lazos dialécticos, hasta confirmar que no le prestaban atención, entonces se irritaba sobremanera, llegando a gritar exigiendo la presencia del hermano muerto hace años con quién estaba hablando. “¿Y tú quién eres, qué quieres, dónde está Andrés?” y se rompía el precario equilibrio entre la cordura y el olvido en el que se movía. Chocarse con el presente, futuro imposible para quien no recordaba haberlo vivido, era doloroso para ella, y para los demás, que no sabían cómo enmendar la memoria rota. “Madre, tranquilícese, soy yo, Alicia, está bien, está en casa conmigo”. “Usted no es mi hija, no sé quién es usted. Mi hija está en clase.”
Carmela no intentaba mostrarle la realidad. Cuando la dejaban intervenir, la llevaba de la mano hasta su refugio; esa mezcolanza temporal donde lo pasado seguía vivo y el presente se fundía en un borrón incomprensible de manchas, olores y voces familiares, pero a la vez aterradoras.
“Ande, madre, ¿qué ha hecho hoy?, yo he dicho bien la lección y la maestra me ha felicitado”. “Hija, ¿ya has vuelto?” Y sonreía tranquila a quien no era de su sangre, mientras que la pequeña, ahora mujer, se retorcía las manos desesperada. “No sé que maña tienes, Carmela, menos mal que te apañas bien. Me voy”. Y se iba, cada mañana, dejándolas en medio del mundo propio de la madre, en el que ya nada tenía sentido porque el tiempo dejó de medirlo.

martes, 8 de junio de 2010

Tiendas

Siempre me han fascinado esas tiendas abigarradas de los pueblos, y si son turísticos, ni te cuento. Están repletas de objetos, ya no peregrinos donde los hayan, sino verdaderos monumentos al mal gusto. Y entre ellos, escondidas, cosas prácticas para los lugareños, pero imposibles para los visitantes ocasionales Así, al lado de una cesta de mimbre, una pala, una bota de vino con la leyenda más vulgar que puedas imaginar, una cajita hecha de conchas coloreadas, animales tallados en madera, cachivaches extraños, pipas rústicas, muñecas, pistolas de agua y caramelos de sabores diversos, se ven compañeros de estanterías.
El olor también es peculiar; a madera pulida, humedad, cerrado y goma. Suele ser una mezcolanza similar en todos. La dueña o dueño, que son los que están detrás del mostrador, miran amablemente a los conocidos y a los que entran para curiosear, les echan unas miradas entre desconfiadas, suspicaces y profesionales; saben a quienes les van a poder endosar esas figuritas que nadie ha querido o ese embutido a punto de pasarse.
En cada pueblo hay una, es como un gran almacén, donde venden de todo, lo necesario y lo prescindible por completo.
Y no, no tienen nada que ver con las tiendas de todo a cien, ni punto de comparación en su misterio y personajes.

domingo, 6 de junio de 2010

Parar

Uno escribe para explicarse lo que no comprende.
Es cierto, hay que parar y ver dónde se está, si se va viviendo sin reflexionar es más fácil perderse, desorientarse. Coge un bolígrafo y suavemente deslízalo por el papel blanco. Verás, como cuando se revela una fotografía, cómo surgen las imágenes que antes estaban ocultas.
Los acontecimientos diarios nos atrapan conduciéndonos a lugares que no teníamos previstos. Y muchas veces, nos llevan a callejones sin salida o nos enredan tanto que nos confunden la meta.
Hay que trazar el mapa de nuevo.
Las palabras, aquellas que ni sabíamos que querían expresarse, surgen si les das la oportunidad.
Cuando se empieza una búsqueda, te vas encontrando de todo, excepto lo deseado; pierdes las directrices. Pero sólo aparentemente, dentro tenemos las palabras que nos guían. Sólo hay que liberarlas.

viernes, 4 de junio de 2010

Profesiones

Normalmente, de niños, queremos ser algo que por sistema provoca la risa y unas cuantas premisas convencionales en los adultos, que te miran como si aquello que has dicho, fuera ya no imposible, sino increíble, qué manera de fastidiar el mundo infantil; por qué la mayoría no sabe apreciar a ese niño -niña- que sueña con ser aviador, bombero, detective privado, santo, actor, médico de cerebros, escritor..., no entiendo esa actitud, o no preguntes o ten respeto a la contestación.
Para un niño todo es posible, y ese entusiasmo hacia lo que será de mayor, le ayuda a crecer. Es más, los que han mantenido la profesión soñada de niños, los que han podido sustraerse a la incredulidad adulta y han perseverado en sus ilusiones, no sólo lo han logrado, sino que son más felices, desde luego, mucho más que los adultos sin imaginación y ganas de cortar alas que le rodearon y le rodean.

jueves, 3 de junio de 2010

Las pequeñas cosas

De entre todos los pequeños y grandes placeres de la vida, uno que destaco, es el de compartir palabras con un buen amigo -amiga-, qué maravilloso poder perderse por las bellas historias que se intercambian, en no mirar el reloj porque el tiempo se detiene, enredarse en ellas..., ¿hay algo más grande, más vivo y mágico?..., no muchas cosas lo superan.
Tengo un amigo en especial con el que las horas se convierten en vivencias, con quien se habla de todo, de lo humano y lo divino, y al que admiro mucho. Siempre regreso renovada y llena de sus imágenes; historias maravillosas que ya se quedan conmigo, paisajes no vistos que son como si conociera de siempre. Esas palabras dichas y oídas, me acompañan al lo largo del día y sé que nunca se alejarán de mí.
Es muy difícil encontrar esa sintonía donde, lo que se cuenta, siempre sacie, lo normal es toparte, de cuando en cuando, con momentitos lindos compartidos, así que considero un lujo ese torrente fresco y renovador que se crea, de, y por las palabras.
Entre los pequeños milagros cotidianos, ése es el que más agradezco: palabras vivas que surgen del mismo centro de las almas.
Gracias por ellas, por todas y cada una de esas conversaciones, a ti, a todos.

miércoles, 2 de junio de 2010

Relato; La estación

-Disculpe mi impertinencia. No he podido evitar fijarme en usted, lleva casi una semana sentándose en este mismo banco, desde el mediodía hasta el anochecer. ¿Espera a alguien? ¿Puedo ayudarle?
El hombre que está hablando es el mozo de la única estación de trenes de la localidad y el interpelado es una persona de edad indefinida; a pleno sol parece joven pero a medida que se esconde y el atardecer vence su luz, va envejeciendo hasta convertirse en anciano bajo los reflejos de la luna.
-Espero- contestó lacónicamente sin mirar.
El mozo de estación, se apartó de él sintiéndose vagamente inquieto, molesto consigo mismo por habérsele acercado. Desde que lo vio, le había llamado la atención esa persona de edad incierta que parecía estar esperando sin esperar. No era un vagabundo ni un pasajero habitual o novato; no miraba el reloj, ni los horarios, no paseaba arriba y abajo, impaciente, no conversaba con nadie. Era extraño.
No le dio más importancia y continuó con su faena. ¿A él qué más le daba, al fin y al cabo? Empujó el equipaje con más fuerza de la necesaria y tuvo que oírse la recriminación de su dueña. “Vaya día” se dijo y olvidó el incidente, a pesar de la desazón que le había dejado acercarse a él.

Al día siguiente, la persona joven con el sol y anciana con su ausencia, no estaba. El mozo la echó en falta. Pasó todo el día preguntándose si le habría ofendido con su pregunta. “Quizá mañana venga, me disculparé”, tendía a inculparse.
Mañana no apareció, ni al otro ni al otro.
A los días, el recuerdo de la presencia física de ese hombre, se difuminó hasta hacerle dudar de su existencia real.


El joven se hizo hombre, vivió su vida como mejor pudo, recorrió muchas estaciones, envejeció. Pasaron años, meses, días... y en uno de esos minutos, sentado en una estación a cientos de kilómetros de donde él, cuando fue mozo, le vio por primera vez, estaba el anciano joven, quieto, sin hablar.
El lozano mozo de estación de hace unos años, avejentado jubilado de ahora, se impresionó al verle. “No fue quimera, sino real”. Se le acercó y le preguntó:
-¿A quién espera?
—A ti

El cadáver se encontró al día siguiente, sentado, quieto. Joven bajo la luz del sol, viejo bajo la luna.

martes, 1 de junio de 2010

Palabras al azar

Pillé una conversación al vuelo, las mejores, en la que uno decía a otro: "Fíjate, tantos estudios y tanto esfuerzo para venir a trabajar a esta ciudad", se refería a la suya, claro. No se daba cuenta, de que para el otro, el que tanto trabajó, estar en esa ciudad puede ser un logro personal, hasta exótico si se quiere uno poner a imaginar.
La gente pierde empatía; un parisino no ve nada especial en los Campos Elíseos, ni un romano en el Foro de Trajano, y así los ejemplos que uno quiera.
Esta persona no supo salirse de su rutina, de sus calles y hábitos para verlos desde el punto de vista, siempre nuevo y asombrado, de quien no vive en ese mismo lugar.
Acabar en Londres puede ser algo tan frustrante -o maravilloso-, como terminar en Moncófar. No es el lugar el que nos dicta el éxito, o no, de una vida; es la vida misma.