miércoles, 2 de junio de 2010

Relato; La estación

-Disculpe mi impertinencia. No he podido evitar fijarme en usted, lleva casi una semana sentándose en este mismo banco, desde el mediodía hasta el anochecer. ¿Espera a alguien? ¿Puedo ayudarle?
El hombre que está hablando es el mozo de la única estación de trenes de la localidad y el interpelado es una persona de edad indefinida; a pleno sol parece joven pero a medida que se esconde y el atardecer vence su luz, va envejeciendo hasta convertirse en anciano bajo los reflejos de la luna.
-Espero- contestó lacónicamente sin mirar.
El mozo de estación, se apartó de él sintiéndose vagamente inquieto, molesto consigo mismo por habérsele acercado. Desde que lo vio, le había llamado la atención esa persona de edad incierta que parecía estar esperando sin esperar. No era un vagabundo ni un pasajero habitual o novato; no miraba el reloj, ni los horarios, no paseaba arriba y abajo, impaciente, no conversaba con nadie. Era extraño.
No le dio más importancia y continuó con su faena. ¿A él qué más le daba, al fin y al cabo? Empujó el equipaje con más fuerza de la necesaria y tuvo que oírse la recriminación de su dueña. “Vaya día” se dijo y olvidó el incidente, a pesar de la desazón que le había dejado acercarse a él.

Al día siguiente, la persona joven con el sol y anciana con su ausencia, no estaba. El mozo la echó en falta. Pasó todo el día preguntándose si le habría ofendido con su pregunta. “Quizá mañana venga, me disculparé”, tendía a inculparse.
Mañana no apareció, ni al otro ni al otro.
A los días, el recuerdo de la presencia física de ese hombre, se difuminó hasta hacerle dudar de su existencia real.


El joven se hizo hombre, vivió su vida como mejor pudo, recorrió muchas estaciones, envejeció. Pasaron años, meses, días... y en uno de esos minutos, sentado en una estación a cientos de kilómetros de donde él, cuando fue mozo, le vio por primera vez, estaba el anciano joven, quieto, sin hablar.
El lozano mozo de estación de hace unos años, avejentado jubilado de ahora, se impresionó al verle. “No fue quimera, sino real”. Se le acercó y le preguntó:
-¿A quién espera?
—A ti

El cadáver se encontró al día siguiente, sentado, quieto. Joven bajo la luz del sol, viejo bajo la luna.

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