miércoles, 16 de septiembre de 2009

Línea divisoria

Muchas veces, y en bastantes ocasiones, me he preguntado dónde está la línea que separa la genialidad de la estupidez, el talento de su carencia, la bondad de la imbecilidad, la grandeza de lo mezquino, ya que a veces, es muy sutil. ¿Qué hace que un verso sea sublime, y otro, con casi los mismos elementos, risible o patético? ¿Por qué el pensamiento de uno nos sobrecoge, enfrentándonos a su significado y de otro, expresado parecido, queda vacío, sin reflexión?
No lo sé. Y da miedo.

Ver un gran actor transmitiendo sentimientos, emociones reconocibles y mirar a otro, que por mucho que se esfuerce, es incapaz de salirse de sí mismo, de ser vehículo de nada. Escuchar una voz que deja de serlo para diluirse en nosotros y oír otras que no sólo molestan, sino que no soportamos, es una experiencia que da qué pensar: Qué hace que uno tenga ese don que el otro jamás tendrá, más allá del esfuerzo, del trabajo; cómo y por qué se tiene o no.

Ver un payaso, bajo el maquillaje de un hombre ya mayor, consciente de que la fama le ha sido esquiva en años, trabajar en un cumpleaños de críos mimados, en un parque cualquiera, con sus chistes sin gracia, con su parafernalia arrastrada de fiesta en fiesta, aburrido de él, de los niños, de la actuación precaria y lastimosa, consciente de que no es brillante, ni chispeante ni divertido. Y aún así, sigue. Está en esa celebración, irá a otra. Pero no hay talento, la línea sutil le ha puesto del otro lado.

Unas chicas disfrazadas de pirata, en cambio, se hacen con los críos en un momento, haciéndoles partícipes de inmediato de su juego, en otra fiesta del mismo parque y a la misma hora. Los tienen encandilados, las miran con respeto, hacen lo que quieren de ellos, les transportan a los mares del Sur, luchan mano a mano en un abordaje; vibran. La línea divisoria.

De Orson Wells a Ed Wood, de Mozart a Salieri, del genio al que no será nunca ni mediocre, independientemente de la fama, del dinero o de los éxitos que se puedan tener. Cuántas obras, pensamientos, pinturas con talento no vieron la luz a tiempo de que sus autores las disfrutaran en vida, por el rechazo de sus contemporáneos o por falta de suerte, aunque no de capacidad.
La línea maldita separa, aparta, pero el mundo es quien decide dónde poner la línea y cuándo, complicándola aún más; talentos aclamados antes, olvidados después y genios ocultos, desempolvados tarde.

Dónde nos apartará esa línea, quién sabe, quizá, a ambos lados según toque.


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