sábado, 17 de diciembre de 2011

Relato. La maleta (para Bea)

Ahí estaba. Hacía ya una semana que Julián la había colocado en el primer plano de su escaparate. Una maleta forrada de etiquetas de diferentes colores, una por cada país que había visitado. La fascinaba. Le costó mucho entrar en la tienda del prestamista y pedirle por favor que se la dejara mirar, tocar. Con los dedos recorría cada pegatina y memorizaba su nombre: Estambul, París, Londres, El Cairo, Madrid, Milán... países exóticos, lejanos. Cuando el dueño le pedía por favor que se marchase, que molestaba, iba directa a la biblioteca para bucear en la única enciclopedia que había, una polvorienta y anticuada. Recorría de nuevo con los dedos las imágenes de esos nombres para darles vida; así París dejó de ser un nombre hueco para llenarse de bulevares, cafés, catedrales y torres de metal; Londres se vistió de parques, museos, relojes y niebla. Y así con cada uno de los lugares visitados por la valija, hasta que la bibliotecaria, una mujer seca que había perdido los sueños entre esos libros, le pedía también que se marchara, que debía cerrar. La niña asentía y dejaba atrás esas ciudades a las que se juró que iría junto con la maleta. Debía ser suya. Y eso hizo al día siguiente de tomar la resolución. Entró en la tienda del prestamista, “¿Otra vez vienes a verla?”; “Sí, señor, pero quiero comprarla”, y le dio un montón de monedas sudadas por haberlas llevado en su puño bien apretado desde que las sacó la noche anterior de su hucha. “Tenga” y el hombre las recibió con seriedad. No eran muchas. La miró. “Sé que aún me falta, ¿verdad?”, “Sí”. “Ya”, la pequeña era consciente de que con lo poco que había reunido no era suficiente, pero eso no la paró. “Mire, es que no quiero que la venda, yo se la iré pagando, cada semana le traeré más monedas, pero no se la dé a nadie más. Es mía”. Julián, serio, abrió un cajón de detrás del mostrador, sacó un papel y garabateó cifras y fechas. La niña, con los ojos muy abiertos, observaba cómo hacía. “Toma, esto es un pagaré”, ella asintió sin saber qué era eso, pero alcanzaba a intuir que tenía su importancia. “¿Ves? Aquí anotaré todas las monedas que traigas, y cuando esté pagada, te la podrás llevar”. La carita roja de emoción contestó con un gesto; las palabras no le salían. Aturullada, balbuceó unas gracias y salió. Comenzó a caminar, y solo a la altura del parque se dio cuenta de que era propietaria de la maleta. Dentro sentía como si hubiese hecho un pacto con el diablo, pero le dio igual. Esa propiedad la sacaría del pueblo, del destino cerrado que la esperaba si se quedaba en él. Le abría las puertas del mundo. Y semana tras semana iba a ver a Julián, que con ademanes graves para que ella comprendiese que la tomaba en serio, cogía las monedas que Adela reunía trabajando como zurcidora, lavando ropa o fregando suelos. Tardó muchas semanas en completar el pago. Ya había dejado de ser una niña cuando el prestamista le dijo mirando el pagaré que ya era suya, que podía llevársela, y Adela, casi sin fuerzas para cogerla, la tomó del asa, y con ella en su mano, dejó atrás ese mundo limitado y se enfrentó a otro destino. El que ella fue creando pegando, viaje tras viaje, nuevas etiquetas en su maleta.

2 comentarios:

  1. Últimamente no he tenido mucho tiempo para visitar los blogs y comentar, espero que el año que viene sepa administrar mejor mí tiempo.
    Entre las cosas más sencillas y cotidianas se esconden miles de gotas de felicidad, abre las manos y deja que se te llenen de sueños.
    Te deseo unas Felices Fiestas, que el Niño Dios sea pródigo en bendiciones para ti y toda tu familia y que el año que viene sigamos compartiendo esta amistad que el mundo del blog nos ha proporcionado.
    ¡¡¡Feliz Navidad!!!

    Un beso muy fuerte y un caluroso abrazo

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  2. Gracias, buenas fiestas y que el año te traiga mucho tiempo nuevo para viajar. Besos

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