lunes, 3 de octubre de 2011

Un gato

Una anciana va caminando con un gato negro de ojos muy azules, enredado entre sus piernas, ella va feliz, vestida de claro, con su bolsa de la compra llena de verduras que sobresalen, hablando con el minino, "No, no vayas tan deprisa"; y el gato la mira y desacelera la marcha. La mujer le pregunta que si se había fijado en Doña Luisa, que ya no anda tan tiesa, y qué mala es la vejez y sus achaques, ¿verdad?, y el gato mueve su hermosa cabeza hacía ella para luego, tranquilamente, seguir andando.
El diálogo entre mujer y gato me asombra, primero porque la anciana está totalmente convencida de que el animal la entiende, y segundo, porque, efectivamente, tal como se comporta, sí parece hacerlo. Hasta que ella ve un coche que ante el paso de cebra, va más rápido de lo que debería si fuese a parar, y sintió cómo el gato, quizá por algo que vio, se lanzaba a cruzar. "No lo hagas, no corras, quédate aquí, que te atropellará. Para". Pero el gato no la entendió. Cruzó. El coche frenó, la mujer, alterada no sabía a quién reñir más, si al conductor o al gato, que al fin y al cabo, solo era eso; un gato. Pero parecía tan humano en su complicidad con ella.

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