sábado, 1 de octubre de 2011

Noche

Pasear por una gran ciudad cuando todos duermen, cuando ella misma sueña, cuando el ruido de tus pasos retumba sobre sus calles molestas por la interrupción del silencio, y observas que las pocas personas, que como tú están perturbando la calma, te miran como tú a ellas; con recelo, por si acaso, apurando el paso, pensando unos de otros, que vaya qué horas de andar por ahí, y te sonríes al ser consciente que das el mismo temor viendo cómo aceleran su marcha. Algún que otro borracho, afónico y solo, increpando a los dioses, a sus miedos, a las gentes que él ve reales, pero que ni en las sombras llegas a ver, gritando sus reproches, viviendo en su mundo único y terrible.
Los edificios negros, poco iluminados por las farolas amarillentas que convocan con su pobre luz a cientos de insectos solo para chocar una y otra vez contra ellas, aún siendo los mismos, no lo son; su aspecto es completamente diferente, más sosegado, siniestro en algunos casos, cambiados en todos.
El aire que se respira es otro, más fresco, sin la carga de tener que ser compartido; hay más, no le llegan los humos del tráfico, los pocos coches que atraviesan las calles, son taxis que paran la marcha cuando te ven, por si quisieras usarlo, y dejar de pisar las calles vacías de una ciudad dormida.

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