martes, 27 de septiembre de 2011

Qué inútil es sentirse inútil

Hay días, momentos, épocas en las que nos sentimos más inútiles que otras; vas viendo cómo nada sale como se quería -o simplemente ni sale-, intentas moverte, moverlo todo, intentas una suerte de destino a tu favor y constatas que no, que tampoco se mueven los vientos, y te miras, y miras, y sigues mirando, y no ves nada.
En un alarde de euforia, y no queriendo caer en las garras del desánimo o la melancolía, incluso de la depresión, sigues actuando como si no supieras, claramente, dónde estás, y lo poco que avanza todo. Haces aún más cosas, el ánimo lo mantienes alto, la sonrisa puesta, las esperanzas bien presentes... pero ese equilibrio precario es fácil de tumbarse, y de hecho, cualquier contingencia cotidiana te lo tira la suelo.
Y lo ves ahí, desparramado todo, hecho añicos, vacío, sin ganas ni fuerzas, te sientes inútil y lo peor de ese sentimiento es que sabes lo inútil que es sentirse así.
Así que ni eso consuela.
A seguir moviéndose, al menos, no parar.

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