sábado, 3 de septiembre de 2011

Solos

La soledad, esa opción contra la que nos peleamos y por la que buscamos, a veces desesperadamente, compañía, nos la guarda y nos la devuelve con creces; no le gusta que la abandonemos y cuando puede, se venga. Nos deja más solos aún que cuando no teníamos gente cerca.
Es un hecho constatable que todos estamos solos, aún sin estarlo físicamente, y también es comprobable la necesidad social y emocional que nos crea el vínculo y la unión con más de una persona.
Veo diariamente el dolor que nos causamos unos a otros: los desencuentros, los ajustes que van más allá de nuestra propia conveniencia, la desgracia de uniones, y constato, continuamente, que casi todos prefieren eso a la soledad: "No, si ya sé que él/ella me amarga y la vida a su lado es un infierno y que nos gritamos y no tiene solución... pero, al menos, no estoy solo/a". Terrible frase que se hace eco casi cada día.
La ilusión de la compañía es necesaria, el poder compartir, sentirnos próximos, necesarios, dar y recibir, es algo innato, imprescindible, es ancestral, va de la mano con la misma supervivencia. Pero solo es eso. Y no será más, sobre todo, si no aceptamos, desde lo más profundo, que estamos solos, que nadie podrá conocernos ni nosotros a ellos, que los espejismos emocionales son hermosos, pero pasajeros, y que desde ese axioma, sí podemos ser felices con quienes estén cerca porque no les cargaremos el peso de nuestra propia infelicidad, ni buscaremos en ellos lo que no sabemos darnos: a nosotros mismos en nuestra propia soledad.

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