miércoles, 7 de septiembre de 2011

Vueltas

Y se va uno moviendo, andado hacia ese paso más que nos llevará al siguiente, y ese otro, a otro, y así, sin pausas. No se puede parar, nunca.
Los caminos sean estos oscuros o luminosos siguen y siguen y no paran, hemos de pisarlos despacito para no perdernos las bifurcaciones de este gran laberinto en el que un día despertamos llorando, y sin entender nada. Y así seguimos, sin comprender nada más. Vamos con precaución observándolo todo, hablando con los que también caminan con cara de despistados, aunque lo quieran disimular como puedan, y a veces, hasta vamos juntos unas baldosas, no siempre amarillas, no siempre señaladas.
La senda es la misma para todos pero única para cada uno; lo que vemos en ella no es lo que mira el resto, la información de sus recovecos no se parece cuando la compartimos entre nosotros, pobres viandantes de esta ruta sin pies ni cabeza.
Estamos en un laberinto circular con engaños en el medio para que al ir a buscarlos, nos perdamos aún más; entelequias y quimeras que nos distraen de lo único que tenemos: el camino en sí.

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