lunes, 26 de septiembre de 2011

Zapato de cristal

Todos nos ajustamos, en menor o mayor grado, la realidad; nos la calzamos al gusto, igual que la hermanastra de la Cenicienta, en su versión original, una que muy poca gente conoce, desvirtuada por la más ñoña y común. Las hermanastras, ante el zapato de cristal, al ver que no les cabe, instigadas por la madre -madrastra para la dueña del zapato-, se cortan una dos dedos, y la otra medio talón para que así les quepa. Por supuesto, el lacayo ve la sangre, y no lo da por válido -la transparencia es lo que tiene-.
Eso hacemos todos, nos cortamos lo que haga falta para que esa realidad nos entre, una que los demás claramente distiguen, porque no es la suya; no es su zapato, aunque a veces, entran varios en el mismo engaño.
Hay casos gravísimos de mutilación y ceguera, pero en general: quién no se engaña, quizá, para ilusionarnos con esa nueva persona, o trabajo o proyecto o día... hasta que se vea la sangre, va funcionando.
No es malo guiñar un ojo, ayuda a no verlo todo demasiado oscuro o luminoso, lo malo, lo que no debería suceder, es cerrarlo.

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