jueves, 1 de septiembre de 2011

Enlatado

Desplazarse de un lugar a otro, tiene el inconveniente de que se tarda, mucho o muchísimo, dependiendo del sitio y del modo de transporte elegido o cogido, que a veces no se elige: no hay otro.
Y los que viajamos hacemos de todo para que ese tiempo atrapado en los vehículos no sea demasiado denso, lento o improductivo, a mí me encanta mirar el paisaje que se desplaza al ritmo de los pensamientos, y observar a la gente que me rodea.
Los más llevan su música a cuestas, sus cacahuetes comidos en semi clandestinidad, sus libros y revistas, y sobre todo, los móviles con películas, juegos y amigos que van llamando para animarse.
A mi izquierda, en uno de esos desplazamientos, había una señora que tenía un gran bolso de donde iba sacando ocio; primero un libro, luego crucigramas, más tarde una sopa de letras, una revista de moda y para terminar, una labor de punto de cruz; toda una mantelería, por lo visto, bordó dos servilletas en verde. Hacía años que no veía a nadie coser así.
En otro recorrido una chica se pasó el tiempo durmiendo hasta que le sonó la alarma que había activado nada más sentarse, faltaba una media hora para llegar cuando del compartimento de equipajes, bajó una maletita mediana rosa fucsia y empezó a pintarse: toda la cabina se llenó de olores cosméticos y perfume, se aplicó a fondo y para cuando terminó, era otra.
Cada uno usa el tiempo enlatado como puede.

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