-Bebe. -Tras ese imperativo Oscar intentó llevar la conversación a un terreno menos directo.
El hombre grande cogió el vaso y mirándole muy fijamente lo empezó.
-¿Tú no bebes? -Su voz, ahora profunda, le perforó.
-¡Claro! -Pero no bebió. Siguió hablando.
Su compañero no le escuchaba pero sus ojos le juzgaban, le sopesaban... le adivinaban.
-¿Quieres más? -Y sin esperar respuesta le escanció, pero el otro ya no bebió.
-¿De verdad me crees tan estúpido como antes?
A Óscar se le congelaron las palabras en sus oídos, quemándole.
-¿Qué?
-La botella... no has bebido nada, no has parado de decir insulseces desde que la destapaste...
-Bueno, pensé que si hablábamos podrías cambiar de opinión con respecto a mí, ya sabes. ¿Por qué matarme?
-Tú ya nunca aprenderás. Podrías haberte ahorrado los años que te esperan de huida.
-¿Qué dices? ¿Qué huida?
-La que vas a emprender antes de que amanezca.
Óscar notó cómo toda la sangre se le agolpaba en el estómago, a la vez que sus oídos eran víctimas de un pitido prolongado y su corazón chocaba contra sus costillas. Cuando sus vísceras se calmaron intentó ganar tiempo preguntándole con voz húmeda, que de qué le estaba hablando.
-Mira a tu alrededor. Fíjate en tu bar, en tus dominios; efectivamente a ti la vida te ha resbalado, te has acorazado en tu cobardía, excusado en tu miedo para no hacer nada y a pesar de todo... ¿Tanto apego le tienes a la vida que prefieres malvivirla aquí antes qué salir a enfrentarla fuera? Yo no, para mí la vida no vale el esfuerzo de vivirla. Ya no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario