Clara barría con una energía envidiable para esas horas de la noche, creando a su alrededor un pequeño tifón de polvo que iba dejando a su paso una estela de papeles, colillas y restos de comidas varias, al ritmo de una percusión infernal de mesas y sillas.
Era la evidencia, para los clientes rezagados, de que esa realidad que habían intentado dejar afuera, se estaba empezando a impacientar y usaba de sus muchos recursos para que volviera a ella.
El dueño estaba al otro lado de la barra observándola. Eso extrañó mucho a Clara ya que nunca se quedaba hasta tan tarde.
Él lo notó.
-Clara, gracias. Ya está bien por hoy. Puedes irte.
-Todo está ya en orden y mañana vienen los del pedido...
-No te preocupes, mañana se levantará Tono y lo recogerá él. Hasta mañana.
-Adiós, pues.
Clara recogió deprisa la basura y se metió en el cuartito interior de detrás de la barra. Se la oía trajinar, adivinando por los ruidos qué ropa se estaba quitando y cuál poniendo. Finalmente salió y dando otra vez las buenas noches se dirigió hacia la puerta por la que no pudo salir, ya que un hombretón estaba intentando entrar.
-Disculpe. -Le dijo a Clara con una voz suave, desgastada. Impensable en un cuerpo tal.
-Vamos a cerrar, señor.
-Déjale pasar, Clara. Vete a casa.
Y se fue, dejándolos como más tarde los habría de encontrar; uno frente al otro.
Así se mantuvieron hasta que el dueño del bar salió de detrás de la barra para, con excesivos y nerviosos movimientos, encerrarse con el gigante.
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