domingo, 20 de noviembre de 2011

Relato. 3 Parte, Un domingo cualquiera

Estaban siempre ahí dentro, callados, sin hablarse, sin hablar. Miraban a los transeúntes, atendían a los que se paraban, y ahí pasaban su tiempo, tras su mostrador, orgullosos de su flamante tienda, junto a sus mercancías, esperando.
Uno llegaba a la conclusión de que lo de las revistas era una broma pesada del proveedor.
Luisa acabó de recorrer el espacio entre el quiosco y su terraza al sol inmersa en sus sensaciones, intentaba no pensar. Le hacía daño y sabía que atormentarse no solucionaría nada. Había que seguir, eso era todo.
El café sabía bien.
Se sentó cerca de la fuente en forma de estanque de la que no paraba de surgir un chorro hipnótico de agua fresca. La brisa murmuraba a su paso por entre las hojas del gran árbol que la cubría, creando una penumbra amable, silenciosa, sólo perturbada por el griterío de los niños que iban a jugar en sus aguas.
No lograba interesarse por lo que leía en el periódico, sus titulares no la animaban a profundizar en el texto, su realidad se había tambaleado y era cómo si la de los demás no le acabase de importar, se sentía excluida de esa lejana actualidad.
Se recostó en la silla, un tanto incómoda del bar, intentando sentir sólo ese momento. Lo pasado pasado.
Por ser domingo había mucha animación en el parque. Niños pequeños seguidos muy de cerca por sus padres; grupos de adolescentes estrenando su reciente independencia sin adultos. No había casi jóvenes, excepto parejas, solitarios lectores o amantes de la naturaleza. Lo que más abundaba eran ancianos.
Muchos de ellos pasaban las horas callados unos junto a otros, contentos de sentirse en compañía.
Había ruidosos jugadores de cartas, contertulios apasionados -ya fuese de fútbol, toros o política, el tema parecía lo de menos-.

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