domingo, 22 de abril de 2012

Pasear por el tiempo

Dominar el tiempo, moverte por él hacia atrás, hacia delante, pasear por los siglos como quien anda por las avenidas de una ciudad desconocida, parándose en los escaparates a contemplar sin prisa, por ejemplo, la evolución de los mamíferos, el alzamiento de un pueblo, el nacimiento de la escritura o lo que fuese que se nos antojara. Tendríamos el tiempo a nuestros pies, no habría secreto inexpugnable ni teorías falsas: podríamos constatarlas todas, porque al dominar el tiempo, dispondríamos del que necesitásemos para asistir a cualquier acontecimiento.
Podríamos leer todos los libros escritos, recuperar los ejemplares destruidos por el fuego en Alejandría, conversar con los Griegos, desayunar con los reyes…, da vértigo. Es abrumador: todo aquí y ahora.
Otra ventaja sería que podríamos, a nuestra conveniencia, acelerarlo o frenarlo, según nos apeteciese. Ese aspecto es más prosaico, casero e intrascendente pero para nada menos útil y práctico, es más, yo diría que es el que se usaría con mayor frecuencia, al fin y al cabo, por mucho dominio sobre el tiempo que tuviéramos, no dejaríamos de ser humanos, es decir, seres especializados en nosotros mismos, no muy inteligentes y poco globales, salvando honrosas excepciones.
Así que ya veo al que domine el tiempo, después de haberse paseado por sus épocas predilectas y visitado a sus personajes históricos más admirados, usando su poder para adivinar resultados de quinielas, loterías, averiguar qué pondrán en un examen, acelerar momentos aburridos y detener los ideales, hasta que por duración ilimitada, dejen de serlo tanto y pasen al primer grupo; el de los aburridos.
Creo que es mejor dejar el tiempo como está, supongo que la imaginación es la mejor ayuda para dominar, no solo el tiempo, sino su ausencia.

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