jueves, 26 de abril de 2012

Incomunicaciones habituales

Como una disputa, un malentendido, posiciones encontradas, o cualquier conflicto en suma, puede llegar a dispararse, a salirse del tema primigenio y estallar en mil pedazos.
En los pueblos, existen de esas disputas que se heredan de padres a hijos durante generaciones y de las que ya nadie sabe decir exactamente qué fue lo que llevó a la enemistad declarada, y por los siglos de los siglos, a las partes enfrentadas. Montescos y Capuletos, unos de sus paradigmas literarios.
Para venir a ayudar, la mayoría de las veces, sino todas, están los que enterados de la contienda, se ponen de uno u otro lado, generando cientos de conflictos añadidos y disputas paralelas que todavía se alejan más aún del núcleo central. Es inevitable; desde ahí, cada uno tira de su hilo, y la batalla de dos, se convierte en campal. Igual que en esas peleas de saloon cuando dos se retaban y acababa el personal al completo a puñetazo limpio, sin saber muy bien por qué, y el barman prudente, descolgando el espejo.
Bromas aparte, de un lío se puede llegar a montar un infierno tramado de ataques de todo tipo, desde gratuitos hasta legítimos. Y mientras tanto el debate principal va perdiendo perspectiva y se diluye en palabras cruzadas, saliéndose del carril principal.
Se envalentona una parte, ataca la otra, se buscan aliados, se pierden amistades, se ganan insultos..., que pocas acaban bien, con el problema resuelto y sin necesidad de dejar pasar el tiempo para poder volver a mirarse a la cara.
Y lo peor: que entre todos, nada quedó claro.

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