miércoles, 4 de enero de 2012

LLamadas

Me gusta entrar en sitios nuevos, en cafeterías o establecimientos que desde la calle me llamen, me inviten a pasar. Es una llamada clara, rotunda; voy caminando y es imposible no escucharla, mis ojos miran al interior de ese bajo que me ha visto antes que yo a él. Y entro. Ya sea para sentarme a tomar un café o un té en sus sillas, ante esas mesas, observando a gentes y espejos y columnas y decoraciones y muros y empapándome de su ambiente, olor, sabor, eco, palabras..., porque en cada lugar se dicen cosas diferentes, suenan distinto, saben como solo se puede ahí. Es apasionante encontrarte con esas tiendas atiborradas de objetos imposibles, regentadas por personajes casi de cuento, que tal y como hablan y se mueven, no es posible que trabajasen en otro lugar; ellos y la tienda, o bar o cafetería son uno y poder acercarte unos minutos a su reino, es un lujo de los muchos que tiene callejear, perderse, ya sea en una ciudad desconocida o en la propia. Que por mucho que se viva en una, siempre hay rincones ocultos que nos llaman.

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