jueves, 14 de julio de 2011

Relato. 4 Parte. EL CARILLÓN

Elisa le puso el vaso de leche caliente a su madre y suspirando se sirvió su propia taza: “Es malta”, creyó conveniente explicar.
-Bueno, usted dirá -dijo tras probar una galletita previamente empapada en su malta.
-Pues yo... -Félix se sentía desorientado, hacía ya rato que él no era él, sino el que fue; no podía evitar retrotraerse a su infancia, confundiendo por momentos su verdadera edad al mezclar extemporalmente, el adulto de ocho años exigido antaño, con el niño evocado por el adulto de ahora.
-Hija, y Sarita, ¿por qué no sale? -la madre interrumpió la inacabada frase de él-, este señor ha venido a verla, no hay que hacer esperar a las visitas, ve a llamarla, anda, hija.
-Ya va madre, -Elisa lo dijo del modo más natural y sirvió más leche en el vaso de su madre-, ¡hala, tómese un poquito más!, y coja una galleta al menos, que luego no me aguanta de hambre y quiere que le adelante la cena.
-¿Son de almendra?
-Sí, madre, de las que le gustan.
-Bueno -y cogió unas cuantas.
Félix se notaba cada vez más difuminado; las mujeres actuaban como si él no estuviese entre ellas, afianzando así su propia ofuscación. Algo emanaba del ambiente, o de las propias mujeres que trastocaba toda referencia a la realidad de puertas afuera. En esa casa era como si el Tiempo se hubiese suspendido, siendo el ahora, pasado y futuro a la vez. Sobreponiéndose, intentó situarse empezando a preguntar directamente por Sara. Notó que ambas le contestaban como si ella aún viviese ahí y la facilidad con la él mismo se integró en el despropósito le turbó; se habían instalado en el plano irreal con la misma naturalidad de los niños al jugar, asumiendo, como ellos, que lo único válido y real es lo que va surgiendo del mismo momento, creando las bases sobre la marcha.

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