miércoles, 7 de enero de 2015

Relato: Él

Miraron a los ojos, sus ojos.
Él nunca había sido de mucho hablar, pero ahora no decía nada, limitándose a estar ahí, callado, inmóvil. 
Su iris expresivo por lo general, ahora apagado, frío, sin asomo alguno de emoción; guardián descuidado de esa sonrisa suave que ocultaba a duras penas, haciéndole brillar. 
Ese gesto, tan tierno y exasperante a la vez, de tocarse la oreja cuando le era difícil hacerse entender que no hizo, ni una sola vez, en todo ese rato.
Siempre era ella quien más hablaba. La de tardes que se les pasaban así: él escuchándola contento de oírla, compartiendo en su silencio tímido, las palabras que nunca supo usar del todo bien. 
Los días se sucedían apacibles, sin más sobresaltos que los obstáculos diarios, los inconvenientes normales de unas vidas sin complicaciones, con unos problemas sencillos que con frecuencia agrandaban para sentirse más fuertes al haberlos resuelto.
Les encantaba pasear al atardecer, tomar algo en esa terracita inmutable, donde lo único que cambiaba eran los dueños, que aprendían en solo tres visitas, que él pedía un anís y ella una mistela fresquita y se quedaban ahí, mirando los transeúntes, susurrándose alguna que otra frase, felices, para al rato, con una gran sonrisa, pagar él, mientras ella esperaba un paso por detrás para irse, una vez hecho el trámite, tranquilamente paseo abajo, cogida de su brazo.
En ese encuentro último, no se irían juntos. La mistela fresquita se calentaría en la copa de cristal sin que se la beban, sin tener ya jamás un anís, por compañero de mesa.
Ella se despidió levantándose, sin querer mirar atrás, y él, como tenía por costumbre, no dijo nada. 
No pudo seguirla con unos ojos que ya no eran suyos porque jamás mirarían sus ojos.

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