viernes, 12 de febrero de 2016

Relatillo; LA ESTACIÓN

-Disculpe mi impertinencia.
No he podido evitar fijarme en usted, lleva casi una semana sentándose en este mismo banco, desde el mediodía hasta el anochecer. ¿Espera a alguien? ¿Le puedo ayudar de algún modo?
El hombre que está hablando, es el mozo de la única estación de trenes de la localidad y el interpelado es una persona de edad indefinida. A plena luz parece joven pero a medida que el sol se va escondiendo, y gana el atardecer a su luz, va envejeciendo hasta convertirse en anciano bajo los reflejos de la luna.
       -Espero a mi tren-. El anciano, apenas visible por ser luna nueva, contestó sin mirar.
        El mozo de la estación, se apartó de él sintiéndose, sin entender muy bien por qué, ofendido, molesto con él mismo por haberse acercado.
       Le había llamado la atención esa persona de edad incierta que parecía estar esperando sin esperar. No era un vagabundo, no era un pasajero habitual ni uno de paso. No se le veía mirar el reloj, ni los horarios, no paseaba arriba y abajo, impaciente, no conversaba con nadie. Extraño.
     Le quitó importancia y continuó con su faena. Intentó comprender el malestar que le había dejado hablar con él. ¿A él qué más le daba, al fin y al cabo? Empujó el equipaje con más fuerza de la necesaria y se tuvo que oír una recriminación de la dueña, además.
Al día siguiente, la persona joven con el sol y anciana con su ausencia, ya no estaba. El mozo lo echó a faltar. Pasó todo el día preguntándose si le habría ofendido con su pregunta -tendía a culparse de todo-, pensó que quizá mañana apareciese.
Mañana no apareció, ni al otro ni al otro.
Sus recuerdos difuminaron la presencia física de ese hombre, le hicieron dudar de su realidad.
 El mozo, a lo largo de su vida, recorrió muchas estaciones, envejeció entre equipajes, vagones, silbatos. Vivió su vida como mejor pudo. Pasaron años, meses, días..., y en uno de esos minutos, sentado en una estación, a cientos de kilómetros de donde le vio por  primera vez, estaba. Quieto. Callado.
El joven portaequipajes de hace unos años, anciano jefe de estación de ahora, se impresionó al verle. No fue recuerdo irreal, sino imagen cierta. Se le acercó y le preguntó: "¿A qué espera?"
—A ti
El cadáver se encontró al día siguiente, sentado, quieto. Joven bajo la luz del sol, viejo bajo la luna.
 
 


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