sábado, 10 de febrero de 2018

Y ver

Cristales rotos, crujir de hierros, paisajes fuera de foco. Niebla oscura que impide respirar, luces negras que apagan y ciegan.
No hay nadie, ¿quién podría haber? No hay nada, ¿qué querría ser?
Tumbados, yacentes, restos de lo que vivió, humanos que fueron, sueños que alguna vez se soñaron, ahora desperdigados, inmóviles, imprecisos, completamente inertes, pedazos de lo que fue y ya no es.
Entre ellos, aún a pesar de ellos, a través de ellos, encima y debajo, algo se mueve, se moverá, irá y vendrá, la desolación solo lo es si existe el contraste de la luz, la vida, la esperanza, los ojos que ven y no que miran, rebelión sin causa, causas sin causa, casualidades y causalidades, azar espantoso en todo, la incapacidad para ajustar y reajustar parámetros, variables, sonidos, palabras que se escapan y vuelan solas.
Ante una maraña, un caos, una mezcolanza imposible de discriminar, un tinte, una pátina, un tono, un ambiente del color de las telarañas
negro transparente, gris tupido, realidades inflamables, horrores a flor de piel, desgarros sin tejido, hilos sin color.
Almas sin sus luces, sin compañía ni en filas, árboles que no lo son porque nunca lo fueron, rastrojos agostados en forma de copa, nada.
Inmersión en un paraje, el único que a veces se presenta, el que nadie quiere pisar, el repudiado, donde el mundo respira con asma, ese lugar, existe. Y visitarlo es obligado. Y posar la planta del pie sangrante necesario. Y abrir los ojos cerrados imprescindibley llorar. 
Y angustiarse. Y suplicar. Y desbocar. Y no ver un final ni un principio ni un medio. Y no ver. Y ver que no hay nada que ver.

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