lunes, 18 de marzo de 2024

Si no lo miro, no existe

Hola; Hola; ¿Qué haces, preciosa? La niña estaba sentadita ante un pupitre de plástico en su casa, tenía muchos folios delante y otros tantos en un montón, los iba garabateando, y me explicaba qué eran; esto es una nube, esta mi casa, mira, ¿ves?, es mamá. Y así iba nombrando cada uno de los dibujos. Qué bonitos, iba halagando, y ella sonreía. 
Hasta ahí, normal. 
Lo que no lo era tanto, es que detrás de ella había una cunita con un hermanito recién nacido al que trataba como si no existiera; un ser invisible.
Quería saber hasta qué punto, la niña negaba esa realidad y procuraba llevar la atención y la conversación hasta él, pero no había manera, se escurría con una habilidad pasmosa; negaba, no solo su presencia sino su propia existencia. Incluso cuando el bebé lloró un poquito, aproveché su llanto para indicarle si creía que el hermanito querría algo. La pequeña ni se inmutó, no es que preguntara qué bebé, o contestara que no había escuchado nada, es que trató la cuestión como si no la hubiera dicho. No había niño rival por ahí, solo dibujos y llamar mi atención, sobre todo, si miraba en la dirección de la cuna, ahí hasta me estiraba de la ropa para que admirara sus obras. 
Por lo tanto sabía. Por lo tanto era consciente. Por lo tanto, a la edad de tres años el ser humano ya está capacitado para intentar cambiar la realidad a su gusto, para no querer enfrentarla.

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