jueves, 22 de noviembre de 2012

Pensamientos anulados

A lo largo de la Historia, cuando cualquier dictador entraba en escena, una de las primeras cosas que hacía, entre matar, apresar, dictar sus normas y pintar el ambiente de terror, era la quema pública de libros.
Se obligaba a que sus nuevos ciudadanos llevaran a las víctimas a una plaza pública, emblemática a ser posible, para depositarlas en medio, se iba casa por casa para comprobar que nadie había escondido algún ejemplar; un libro más apreciado, el más releído, el que siempre nos consoló. Entran y registran y si se topan con uno solo, al dueño lo encerraban, y al libro se lo llevaban para engrosar la pila.
Una vez todos ahí amontonados, indefensos, sin poder hablar ni perpetuar sus páginas, a menos que se hubiesen memorizado como en la famosa novela de Bradbury, se les prendía fuego.
Hitler, Stalin, Mao entre otros se aplicaron bien en esto; no dejaron que ellos, los libros, contaminaran a su nuevo pueblo con ideas propias.
Ahora, en esta época, tampoco dejan que los libros nos contagien con su saber, pero son más astutos; no usan el fuego, sino los medios a su alcance para que sus súbditos ni se acerquen a ellos. Para eso está la televisión, el fútbol, la baja calidad de enseñanza y lo que vayan sacando.
Es más ladino y astuto, no crean mártires, y encima, funciona mejor.

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