lunes, 6 de octubre de 2014

Laberintos

Ha habido siempre espacios expresamente creados para la confusión, se entra en ellos con dominio de la situación y dependiendo de lo bien creados que estén, se sale aturdido.
La casa de los espejos, los laberintos, la casa del horror, montañas rusas, por nombrar algunos.
Buscamos emociones, retos que nos lleven al límite de nuestras posibilidades, que nos acerquen al modo de vida ancestral donde o cazábamos o nos cazaban, cuando tener refugio para pasar la noche era incierto, de lucha, de vivir al día.
En la vida sedentaria donde lo más relevante y peligroso es si has cogido el metro a tiempo, esa energía atávica, no está cubierta ni satisfecha. Cada uno busca cómo liberarla, ya sea desgañitándose en los campos de fútbol, como desfogándose hasta las tantas en discotecas, bebiendo hasta el límite de la inconsciencia...
Y si además añadimos la falta de sentido que impera últimamente, los proyectos vitales nulos, la independencia tardía, la absoluta falta de ganas de conseguir un objetivo, nos quedamos con la necesidad de descargar adrenalina al máximo; no hay nada, vacío, sólo el cuerpo.
Las grandes aventuras se enlatan, se venden entradas para gritar agarrados a un asiento, ya sea en 3D o en una montaña rusa, nos enfrentan a espejos que nos impiden encontrar la salida reflejándose unos a otros, o a paredes que al girar no nos conducen a la salida.
Nos condecen un simulacro de esa vida que ya no vivimos, pero domesticada, fácil, mero juego. No se necesita de Ariadna para salir de los laberintos porque tampoco hay un minotauro en ellos.

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