lunes, 13 de octubre de 2014

Sombras

Sombras.
Las hay que nos protegen al escondernos de quienes no queremos que nos encuentren; tenebrosas porque nos asustan, al ocultarnos tras ellas realidades; amigas cuando nos cuentan fantasías; terribles si nos paralizan con su negra impenetrabilidad; amables al dejarnos jugar con ellas.
Siempre me han llamado la atención.
Enredarme en mi propia sombra al andar mientras muestra mi figura deformada según la luz que incide. Coger un objeto, someterlo a un foco y contemplar los reflejos negros en la pared.
Las sombras chinescas, qué preciosidad, qué manejo de la otra cara de la luz. Quién no ha proyectado con sus manos, más o menos torpes, figuras de animales sobre la pared. Quizá el antecesor más viejo del cine.
Peter Pan la va perdiendo porque quiere ser independiente de su forma, hacer su voluntad, escuchar los relatos que el niño no podía.
¿Cómo seríamos sin sombra, sin esa estela negra que nos sigue a todas partes confirmándonos que somos corpóreos?
Puede que menos seguros, más inquietos, puede que hasta tuviéramos que enfrentarnos a otra dimensión, una sin relieve, sin luz ni sombras.
Pero como suele suceder con las cosas que nos acompañan siempre, no les hacemos ni caso hasta que dejan de estar ahí. Puede que si un día no hubiese sombras, la luz tan blanca nos cegara. Puede.

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