lunes, 21 de septiembre de 2015

Relato, 1 Parte: La cena


“¿Está todo preparado?” La pregunta hecha cientos de veces esa tarde recorrió la casa y obtuvo tres respuestas afirmativas cansadas de repetirse y al unísono. “Sí, señora”; “Sí, mamá”; “Sí, cariño”. A pesar de oírlas, no las escuchó, y la mujer siguió con la actividad inútil de quién no sabe qué hacer y quiere hacerlo todo. “¿Qué hora es ya?” “Las siete” “Dios mío, qué tarde, ¿cómo es que aún no ha venido nadie?” No hubo respuesta; estaban cansados y todavía no había ni empezado la cena. Una cena incómoda tanto para los que estaban en casa como para los que no habían llegado. “No es una buena idea, cielo, piénsalo bien. No va a funcionar”. Pero el sentido común del marido no tenía ascendente sobre su esposa, que cuando se empeñaba en algo, no había más que hacer. “Tenemos que reunirnos, es imprescindible. Nadie quiere responsabilizarse y yo estoy harta que me den largas. Sabes que es necesario: todo ha de quedar claro antes de que mamá… “ y en ese punto, invariablemente se paraba. No le gustaba ni le parecía delicado acabar lo obvio. Había aprendido a vivir sin enfrentarse a lo desagradable, si podía evitarlo. “Sigo creyendo que no es una buena idea.” Dijo Santiago, más por costumbre que por reivindicar su postura ya que pocas veces, más allá de la mera cortesía en preguntarle, se le escuchaba la respuesta. “Por Dios, qué tarde”. Y corriendo de un lado al otro del comedor intentaba que el tiempo hiciera lo mismo. La hija, cansada y de mal humor porque esa noche la obligaban a estar en casa, habiendo tenido que anular una cita con sus amigos, decidió hacer patente su disconformidad por todos los medios posibles; no contestando, hasta que el peligro de una bofetada era inminente, no ayudando en nada a fuerza de ser incompetente en cualquier encargo, estar sin arreglar, y ahora, a punto de que empezasen a llegar, irse a su cuarto. No quería estar allí. Se sentía víctima y arrastraba su desdén en un silencio que ella pensaba digno y contestando con unos monosílabos más parecidos a gruñidos que a respuestas.

“Ve a ver cómo está la abuela, anda”. Y sin molestarse, para nada, en articular algo inteligible, salió del comedor escaleras arriba para tumbarse en la cama, por supuesto, sin cumplir el encargo. “¡Qué fastidio!” Y cogió el teléfono para amargarse con los detalles de la cita a la que no podía asistir, cosa en la que le ayudaba con sumo placer la amiga a quien llamaba; “Qué pena que no vengas hoy, precisamente, que vienen todos”. Con esa frase daba un interés a la reunión que, de ningún modo, tenía: sería una tarde más, donde la gente se aburriría como siempre, pero la ausencia de la joven daría brillo y al menos durante un rato, habría tema para comentar. Sara, estuvo haciéndose mala sangre al teléfono hasta que el primer timbrazo indicó que al menos alguien, había aceptado la invitación de mamá. Se sobresaltó, colgó y abrió el armario para buscar qué traje que ponerse; una cosa era ser una víctima de las circunstancias y otra bien distinta no estar presentable. Además, a lo mejor venía Alejandro. Incluso puede que fuese él quien había llamado. Se metió en el cuarto de baño y empezó a arreglarse a toda prisa.

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