martes, 23 de marzo de 2021

Relato: Nannie

 

Asomada a la ventana ve cómo el sol se apaga. Malo. Ya es de noche y aún no ha llegado. Ojalá no venga. El papá que viene cuando todo está oscuro, no es su papá. El que entra de noche, trae las sombras a casa con él.
Con solo cuatro años conoce muy bien cómo reaccionar ante ese hombre que parece papá, pero no lo es. No comprendía por qué su olor, sus manos, su voz, cambiaban tanto, por qué gritaba. Aprendió a esconderse de él, porque no era él. No era su papá. Era ese señor que llegaba apestando que mami intentaba aplacar. 
Aprendió a reconocer la señal de la madre en los ojos desesperados y manos crispadas para irse a su cuarto, meterse debajo de la cama, bien agarrada a Nannie, su muñeca de cabellos de lana negra y ojos de botón reluciente. Y ahí, sobre el suelo frío, sudaba y tranquilizaba a Nannie, sin hablar, por miedo a que ese señor las encontrara. Si cerraba muy fuerte los ojos veía luces de colores y el tiempo pasaba antes.
Hasta que el miedo se le metió dentro para siempre, porque antes, cuando estaba papá, sabía que era imposible que el otro viniese. Pero ya no. Supo que papá era ese hombre malo, la tarde que dejó de tener cuatro años sin haber cumplido ni uno más. Desde esa tarde dejó de esperar a su papá para aprender a sobrevivir con el otro, el que cogió a Nannie, pensando que era ella, y la estampó contra la pared mientras gritaba que lo dejase en paz, que no lo mirase así, que no podía soportar sus ojos, esos ojos abiertos, confiados, de botones negros brillantes.

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