Se acaba de romper.
Lo escuché estrellarse contra el suelo haciendo eco dentro
de mí.
Roto en su mirada, en ese silencio tras el estallido.
Todo roto.
Ahora comprendo las señales, cuando no hace falta.
No supe leerlas.
Esos gestos distantes, las miradas hastiadas, los
monosílabos frecuentes. Tan justificable antes: tuvo un mal día, está cansado,
no son horas. Tan evidentes ahora.
La relación acaba de estallarnos a la cara.
Nos hemos roto.
Lo sé antes de querer saberlo. El golpe que anestesia unos
segundos antes del dolor.
Estoy repasando lo que dijimos. Pienso en lo que se pudo decir: y si yo, y si él, y si no, y si entonces…, un infinito
imposible de posibilidades malogradas
en este mismo segundo donde no puede ser, porque ya fue. Ha sido.
Está siendo.
Acaba de ser.
Es.
Lo dicho no tiene vuelta atrás.
Cuando las palabras estallan nunca encuentras sus pedazos,
se clavan dentro.
De ahí jamás salen por mucho que las distorsionemos; son
lo único que nos queda.
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