Si fuéramos conscientes de que vivimos sobre un minúsculo planeta que gira sobre su eje alrededor de un sol, que algún día dejará de brillar, que es parte de una galaxia, a su vez, contenida en un Universo, que ya se ha demostrado que no es infinito, y que acabará o expandiéndose, o contrayéndose, a ver qué opción es peor. Digo, si fuéramos conscientes de semejante inestabilidad, mezcla fortuita entre absurda y genial, no nos preocuparíamos tanto de ciertas cosas.
Pero es imposible no hacerlo; nuestro propio universo, el que contenemos en nuestro yo profundo, o no tanto, ha de atarearse con lo que nos circunda: con que los precios suben, los niños crecen, los amigos no llaman, la pareja nos da problemas, no llego a donde quiero, no se cumplen las expectativas... Nuestras vidas nos parecen mezquinas cuando las comparamos con otras, más terribles o importantes; nuestro rostro, al que veces vislumbramos en los espejos, nos sorprende mirándonos, acuciados por los problemas diarios, corriendo de un sitio para otro, a ver si arreglamos algo..., pero sin ser conscientes de dónde tenemos puestos los pies: Sobre un suelo perdido en un universo desconocido.
Esta realidad debería situarnos y permitirnos vivir mejor, con más confianza en el caos, pues de ahí sale y surgió todo.
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