lunes, 7 de julio de 2014

Relato, 4 y última Parte. Tristán

 "Queridos niños y niñas: estad atentos a esta historia; no os perdáis por el camino que conduce al castillo de Baobí, porque tendréis que ayudarnos en la búsqueda". Con una reverencia, regresó tras de la tela, dejando a los pequeños con la responsabilidad de participar y disfrutar. Que es lo que hicieron.  
El minúsculo telón púrpura se levantó, y de la nada, surgieron unos muñeco vivarachos, aunque obedientes a unos hilos casi invisibles, que no les impedía luchar, hablar, galopar, sufrir, soñar, yendo más allá de quienes los manejaban desde arriba. Tristán absorbía las escenas, fijándose en el movimiento de las manos que las creaban. Jamás había sentido esa energía. 
Entonces, de repente, lo supo: Ese era su lenguaje, su mundo, lo que hacía; esos dedos que hablaban sin palabras, esos gestos precisos, hermosos. Vitales.
Él era un titiritero.
Sacó su muñeco de corteza del bolsillo: su primer títere. Lo miró con un cariño que el hombrecito de leña apreció: se dejaría moldear, atar a los hilos, ser libre en ellos. Los dos se reconocieron en ese destino vislumbrado al mismo tiempo. El niño irradiaba tanta luz, que su madre se asustó hasta que comprendió el porqué. La corteza estaba viva en la manita del niño. 
Con los ojos húmedos le acarició suavemente: era uno de ellos. 

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