miércoles, 3 de septiembre de 2014

Zapatos y realidades

Todos ajustamos, en menor o mayor grado, la realidad; nos la calzamos al gusto, igual que las hermanastras de la Cenicienta, en su versión original, la gran desconocida, desvirtuada por la más ñoña y común. Las hermanastras, ante el zapato de cristal, comprobando que no les entra, instigadas por la madre -madrastra para la dueña del zapato-, se cortan, una dos dedos, y la otra medio talón para que así les quepa. Por supuesto, al lacayo no se le escapa  la sangre, y se lleva el zapato -la transparencia es lo que tiene-.
Eso hacemos todos, nos cortamos lo que haga falta para que esa realidad nos entre, una que los demás claramente distinguen, porque no es la suya; no es su zapato, aunque a veces, entran varios en el mismo engaño.
Hay casos gravísimos de mutilación y ceguera, pero en general, quién no se engaña, quizá, para ilusionarnos con esa nueva persona, o trabajo o proyecto o día... Hasta que se vea la sangre, va funcionando.
No es malo guiñar los ojos; ayuda a no verlo todo demasiado oscuro o luminoso, lo malo, lo que no debería suceder, es cerrarlos.

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