lunes, 30 de enero de 2017

Fragmento de la novela El día a día


-Esta noche es la última que pasas aquí.
El ocupante de la cama de al lado fingió dormir.
-Sé que estás despierto, se nota en la respiración.
Le dio igual haber sido descubierto, no iba a hablar. Tenía demasiadas cosas en las que pensar. ¿Y si salía mal otra vez? Un escalofrío le sacudió como un latigazo. Le habían devuelto dos veces. Si esta fracasaba, no lo lograría jamás. Fue un milagro que lo eligieran a él; ya no era tan pequeño, su sonrisa no dejaba al descubierto la falta de ese diente que despertaba ternura; el cuerpo se obstinaba en crecer, la lengua de trapo quedó atrás, sus gestos no encandilaban, le quedaban pocos años de infancia, en menos de tres, habría de cambiar de lugar. Ni aquí le admitirían. “Qué salga bien, que me quieran, que no me devuelvan”.
-Podrías hablarme, estúpido, ¿quién te crees que eres? Ya verás, regresarás-, la rabia, los celos, la impotencia del compañero de su misma edad que estaba acostado a su lado, le llegó como un latigazo, las palabras envenenadas, prohibidas entre ellos, le zaherían con toda la fuerza de quién las había soltado; le acertaron en la herida, en los temores profundos. Las lágrimas de ambos mojaron las almohadas. Los dos con miedo, cada uno parecía sufrirlo por causas distintas, pero en el fondo era por lo mismo: el futuro sin futuro de niños sin presente.





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