lunes, 2 de enero de 2017

Vanidad

Lo he comentando antes, pero insisto en ello. 
Lo bueno y lo malo del escaparate de las redes sociales, lo bueno y lo malo de la tecnología que nos ayuda a crear lo que antes era casi imposible sin ser profesional.
Me refiero a que ahora todo es posible: cantar, escribir, diseñar, dibujar. Todos tenemos, no solo las herramientas al alcance, sino el escaparate para mostrarnos tocando música, publicando, exponiendo. 
No hay límites.
Ni criterio.
Por supuesto que la maravilla de crear se ha universalizado, y eso es bueno. Lo que no lo es tanto, es la falta absoluta de, diría yo, dignidad creativa. Todo vale, todo entra, todo tiene a su alrededor éxito, firmas, público, cada creador en la disciplina que haya elegido (y los hay que tocan varias, ya puestos), se pasean por las redes mostrando éxitos continuos, buscando reconocimiento a calzador y envidias, malsanas a ser posible. Se autoensalzan con unos eventos más bien básicos, minúsculos, que agrandan hasta niveles ridículos, están siempre en todas partes, se les ve ocupados por ese éxito discutible que ellos mismos crean con fotos a rebosar y rebosantes de lugares, amigos, viajes, lugares donde lucen sus obras.
Eso sí, la calidad de lo hecho no se tiene en cuenta, es lo de menos, lo importante es destacar, creer que te buscan, que se ha logrado salir en los medios, olvidando que son trucos de magia intrascendentes, que esos quince minutos de fama, se pueden conseguir cada día, todos los días.
El tema está en que no te importe la obra, solo su lucimiento. y por supuesto, exponer tu imaginación, ese motor íntimo, para que te dé éxito inmediato, dejando así de servir para crear. Las creaciones mediocres no la necesitan mientras te paseen por tus propios escenarios artificiales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario