lunes, 23 de enero de 2017

Zonas

Siempre me han gustado los patios de luces, terrazas, garajes, esas partes de las viviendas a las que no se hacen caso.
Recuerdo el tejado bajo de mi abuela, donde se tendía, con lo que, inevitablemente caían pinzas, prendas de ropa, pero también cacharros, escobas, juguetes. Lo que más me gustaba era intentar pescarlos. Cuando los mayores empezaban a hablar, libre de vigilancia, iba a recuperar el hilo con una horquilla doblada al extremo que guardaba detrás de las macetas.
No solo había que tener habilidad para enganchar la pesca, sino disputarlo a los gatos que creyéndolo comida, se enredaban con el hilo.
Si cogía algo, normalmente no era lo que se había elegido; la presa solía escaparse del gancho prefiriendo quedar al sol otra semana: un trozo de tela, un calcetín o una pelota desinflada.
Lo que lograba, lo debía esconder o iba directamente a la basura; "Pero qué le encontrará de bueno esta criatura en recoger estas porquerías". Y es que los niños y los adultos no ven lo mismo cuando miran.
Aún me siguen gustando las zonas comunes, terrazas, garajes, trasteros y desvanes. Si puedo, recupero lo que han dejado caer en ellos: recuerdos y fantasmas

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