Hoy ha traído un estuche precioso lleno de lápices de
colores. No solo había amarillo, rojo, azul, había un montón de cada uno. Estaban
ordenados como el arcoíris y dibujar con ellos parecía divertido; tanto, que
cuando la señorita dijo, ahora toca pintar, procurad no saliros del contorno,
todos le pidieron que les dejara alguno.
La primera fue Ana, que es muy mandona, hale, qué bonito,
préstame el azul delfín, por favor, y Maribel se lo dejó.
Entonces, todos se lanzaron a pedirle un marrón oso, un
amarillo plátano, el gris acera o el rojo diablo.
Ella decía, vale, mamá dice que hay que compartir, pero
luego me los devolvéis.
Se montó un lío tremendo.
Y cuando la maestra dijo vamos, a recoger, no dejéis nada
por el suelo que hay que ser considerados con la señora de la limpieza, se
montó otro lío tremendo porque el estuche no recuperó su arcoíris completo. Ni por
mucho que la profesora, alarmada por los lloros de Maribel, nos pidiera portaos
bien, tenéis que devolver lo prestado.
El estuche quedó tristón, con huecos entre tonos sin luz,
como una boca mellada, como la de mi primo que me dijo que por la noche fue el
ratoncito Pérez y le cambió el diente por una moneda. Dijo que a mí también se
me caerán, y que a cada diente tendré una moneda.
No sé si me gusta la idea; me da miedo lo de que sea un ratón y lo de no tener
dientes.
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