A ella tampoco le va bien en casa.
Lo sé porque somos los únicos que llevamos manga larga en
verano, contestamos demasiadas veces me caí, no es grave y no salimos corriendo de clase para ir a
casa.
Hacemos tiempo.
Mucho.
Nos conocemos los parques, las tiendas, las aceras, los
descampados. Nos conocen los dependientes, los jardineros, la señora que se
esconde tras la cortina para que no la vean mirar. Nos saludan. Nos vigila.
Tardamos un tiempo en acercarnos; cada uno en un extremo de
la calle, de los parques, de las aceras, de los descampados. Nos mirábamos
desde lejos comprobando que hacíamos lo mismo; dar tiempo al tiempo para ver
si, con suerte, cuando llegue ya se ha ido, no está quien debería estar para
cuidarme. Para cuidarnos.
Esperar cansa.
Sobre todo, cuando no hay nada que esperar.
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