-¿Puedo fumar?
El hombre del pasamontañas se lo negó con un movimiento de cabeza.
El otro suspiró hondo. Estaba tenso, se notaba los músculos doloridos, los
labios le habían temblado antes, al formular la pregunta. La voz que se
escuchó, en absoluto coincidía con la que estaba acostumbrado oírse al hablar.
Sudaba frío y le costaba fijar idea alguna. Su mente se negaba a aceptar lo que
le estaba pasando.
-¡Tú, ven!
Con un sobresalto todos se giraron, aunque nadie se dio por
aludido, todos esperaban que ese “tú”, no fuese un “yo”.
Sólo una frase antes, él creía que no podría ser peor: “Precisamente ha sido hoy, ahora, que he decidido entrar aquí.
¡Con la de días y momentos que hay!.”. Y ese “tú” era “él”.
-¿Es a mí?
-Sí. ¡Ven!
Él se separó del grupo que aliviados, cobardes, ni le miraron
cuando se alejó de ellos acercándose a los otros tres, aquéllos que habían
irrumpido en el edificio hoy, a esas horas, para trastocarles la rutina, para
enfrentarles a la de ellos. Dos posiciones opuestas en una misma estructura.
Los tres hombres estaban ahí. Y les daba igual los otros veinte, les daba
igual, incluso, ellos mismos.
Entre los veinte había mucha confusión, murmullos, sollozos, pero
curiosamente no se oía nada. Todo estaba como acolchado, los movimientos
lentos, los ruidos tenues, la desesperación sorda. Nadie se atrevía a destacar.
Nadie, desde que escucharon a uno de los tres, tras comunicar sus exigencias a la policía, que si no se las concedían irían matando uno a uno, hora tras
hora de retraso a sus peticiones, a todos los rehenes.
¿Y qué pasó? Qué morbosa curiosidad se siente cuando no se es un "yo", por saber lo que pasa a el "tú".
ResponderEliminarsigue leyendo, y lo verás...
ResponderEliminarEse querer saber del "tú" para asimilarlo al "yo" es lo que mueve al mundo, incluida la literatura.
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