Los
seres más allá de lo tangible, ya sean mitológicos, monstruos,
extraterrestres, malignos o benignos, nos han acompañado durante toda
nuestra humanidad. La búsqueda de dioses incluida. Es como si nuestra
propia compañía se nos quedara corta; necesitamos brujas, hadas, gnomos,
trasgos, sirenas, centauros, pegasos, seres imposibles que nos abran
las puertas de la imaginación, que trasgredan, por nosotros, las rígidas
fronteras de lo posible, que se burlen de la física, lo normal y lo
común.
Desde Grecia ya se les permitía a esos dioses, más humanos
en sus defectos que en sus virtudes, vivir una vida sin cortapisas, y
definir las de sus creadores. Uno se pregunta quién hizo a quién a su
semejanza.
Los seres fantásticos, tanto los que nos asustan como
los que nos acompañan y ayudan, a pesar de cambiar de apariencia según
las culturas o las épocas, se mantienen igual en el fondo: son seres que
llegan a donde no llegamos, saben lo que apenas intuimos y nos dan
esperanza. La esperanza de que lo mortal no es lo único posible.
Los
fantasmas nos muestran el otro lado, las meigas preparan las pócimas
que allanarán caminos, las hadas nos protegen, los monstruos nos dan
poder sobre la muerte al vencerlos, ya que no hemos creado a ninguno
invulnerable; para eso está el ajo, el sol, las estacas, las balas de
plata, la tierra sagrada, el agua bendita. No somos tan tontos, si
ideamos un Mal buscamos la forma de neutralizarlo, de encontrarnos
poderosos con nuestros pobres recursos, como los niños al jugar en algo
peligroso que siempre tienen establecido un punto seguro, uno en el que
eres invulnerable.
Necesitamos saber que no sólo estamos
acompañados más allá de lo terrenal, sino que somos más libres que lo
dispuesto por las circunstancias que nos acotan. Para eso existen los
fantasmas; nos muestran esa dimensión necesaria para proyectarnos fuera
de nuestro miedo básico: No sobrevivirnos.
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