martes, 9 de abril de 2013

Espíritus

Los seres más allá de lo tangible, ya sean mitológicos, monstruos, extraterrestres, malignos o benignos, nos han acompañado durante toda nuestra humanidad. La búsqueda de dioses incluida. Es como si nuestra propia compañía se nos quedara corta; necesitamos brujas, hadas, gnomos, trasgos, sirenas, centauros, pegasos, seres imposibles que nos abran las puertas de la imaginación, que trasgredan, por nosotros, las rígidas fronteras de lo posible, que se burlen de la física, lo normal y lo común.
Desde Grecia ya se les permitía a esos dioses, más humanos en sus defectos que en sus virtudes, vivir una vida sin cortapisas, y definir las de sus creadores. Uno se pregunta quién hizo a quién a su semejanza.
Los seres fantásticos, tanto los que nos asustan como los que nos acompañan y ayudan, a pesar de cambiar de apariencia según las culturas o las épocas, se mantienen igual en el fondo: son seres que llegan a donde no llegamos, saben lo que apenas intuimos y nos dan esperanza. La esperanza de que lo mortal no es lo único posible.
Los fantasmas nos muestran el otro lado, las meigas preparan las pócimas que allanarán caminos, las hadas nos protegen, los monstruos nos dan poder sobre la muerte al vencerlos, ya que no hemos creado a ninguno invulnerable; para eso está el ajo, el sol, las estacas, las balas de plata, la tierra sagrada, el agua bendita. No somos tan tontos, si ideamos un Mal buscamos la forma de neutralizarlo, de encontrarnos poderosos con nuestros pobres recursos, como los niños al jugar en algo peligroso que siempre tienen establecido un punto seguro, uno en el que eres invulnerable.
Necesitamos saber que no sólo estamos acompañados más allá de lo terrenal, sino que somos más libres que lo dispuesto por las circunstancias que nos acotan. Para eso existen los fantasmas; nos muestran esa dimensión necesaria para proyectarnos fuera de nuestro miedo básico: No sobrevivirnos.

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