martes, 30 de abril de 2013

Afán de poder

Hay personas que tienen la diabólica habilidad de dejar fuera a los demás. Manipulan y accionan a su gusto, utilizando la buena fe del prójimo.
Seguro que todos tenemos ejemplos en mente.
Esa gente juega hasta unos extremos peligrosos, dañando a quién utilizó de manera permanente.
Los peores se camuflan de amistad, cariño, incluso amor, ese chantaje afectivo que anula a quien no aprende a detectarlo, a combatirlo, esa amistad que nos toma del todo, dejándonos vacíos, sin nada a cambio, cuando ya no somos necesarios. Los peores enemigos son los que fueron amigos; mayor dolor y traición, pocas veces se encuentra.
Gente hay que excluye con sus maneras y favores selectivos a los demás, creando dos grupos: los privilegiados y los desheredados, los parias. A más poder, más acólitos, más colas para entrar en sus filas, más poder para discriminar. Y al contrario de lo que se podría pensar, no es extraño que los elementos de ambos grupos se intercambien a menudo; uno puede pasar de estar en el montón de los privilegiado al de los parias en un suspiro, y al revés.
La capacidad dañina de la arbitrariedad, de los intereses egoístas, independientemente de las situaciones, es dramática. Cuanto más poder tengan los manipuladores, más sufrimiento causarán.
Acaban su reinado cuando ambos bandos se dan cuenta del juego y los abandonan a su suerte. Lástima que los elementos dispersados no tarden en reagruparse en torno a otro sujeto.
La lucha por el poder, el afán de dominar. Terrible y peligroso rasgo humano.

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