La noche de ánimas, que suena mejor que Halloween, fiesta que se
celebraba asistiendo a la representación cuasi obligada de Don Juan
Tenorio. Ahora la gente se disfraza de monstruos y fantasmas, imitando
la fiesta anglosajona, y exportada de sus colonias. Aquí sin necesidad
de pedir dulces a cambio de no hacer trastadas. Sólo fiesta, risas
tenebrosas y quizá una excusa como otra cualquiera de acabar borrachos.
La
calabaza con su vela encendida ante la ventana, es un aviso a los
espíritus, que hoy vagan por la tierra, de que no entren en las casas.
En Méjico, por el contrario, se las anima a transpasar el umbral. Les
hornean figuras de azúcar con sus nombres y regalan aquello que tanto
les gustó en vida. Distintas costumbres, distintas creencias, los hay
que no quieren saber nada de las ánimas y las hay que quieren disfrutar
de su compañía un ratito más.
Los espíritus que regresan a
vernos; que belleza en el concepto, más allá de historias de miedo o
pelos erizados ante la muerte que deja un día libre. El mundo de los
muertos que se niegan a permanecer en las tumbas; que tema para todas
las artes, que escalofrío, si se piensa en ello, que atracción de
vértigo asomarse a ese mundo oculto y cerrado. La razón no acaba de
sentirse cómoda ante la nada, usa de la imaginación colectiva para
encontrar remedio a ese final imposible de evadir, trayendo, invocando y
conmemorando a los muertos que nos preceden, nos los traen para crear
el consuelo de que el final, no es final, sino parte de otra forma de
vida.
La atracción hacia la muerte, los cementerios a los que
ahora, en breve, se visitarán masivamente, y a los que no conseguí
entrar de pequeña, de noche, por mucho que lo intenté; algo me hacía
correr en dirección contraria a la recorrida contando historias de
miedo, mientras me hacía el firme propósito de entrar, esa vez, sí.
Imposible: ¿Y si los muertos salieran a recibirme?
Esta fiesta
universal hacia las ánimas, en pena o no, esa invitación a volver a
visitar aquello que en vida les dio calor, es algo más bien para
nosotros, los vivos, que para ellos, los ya idos. Es un último intento
poético de no enfrentarnos a la oscuridad de una tierra húmeda que nos
arropará. Es, sobre todo, la alegría de reencontrarnos con esos
espíritus que viven en nosotros para siempre tras su partida.
La noche de las ánimas, la esperanza de las almas vivas.
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