lunes, 23 de septiembre de 2013

Deslunados

De chica me encantaban los deslunados, las terrazas, los garajes, esas partes de las viviendas a las que no se hacen caso, desvanes incluidos.
Recuerdo, cuando iba a visitar a mi abuela, su deslunado; era donde se tendía, y claro, caían cosas inevitablemente: pinzas, prendas de ropa, era lo normal pero había de todo; cacharros, escobas, juguetes..., y lo que más me gustaba era intentar pescarlos. 
Tras besar a mi abuela, intentaba que me dejara jugar en su desván sin conseguirlo, así que cuando los mayores empezaban a hablar, me despistaba e iba corriendo a pescar: recuperaba el hilo con pinza que siempre tenía guardado detrás de las macetas y procuraba coger lo que fuese que ese gancho precario agarrase.
Era divertidísimo, y encima estaban los gatos que creyendo que les daba comida atacaban la pesca, logrando muchas veces quedarse con la camiseta atrapada y mi decepción por no izarla tras haber estado tanto tiempo intentándolo. Valía la pena el esfuerzo cuando a pesar de los gatos y del equilibrio, subía la presa: un trozo de tela, un calcetín o una pelota desinflada. Qué tesoros. 
Por supuesto, el fruto de la pesca iba directamente a la basura cuando mi abuela me encontraba. "Pero qué le encontrará de bueno esta criatura a recoger estas porquerías": y es que los niños y los adultos no ven lo mismo cuando miran.

Aún me siguen gustando los deslunados, las terrazas, los garajes, los trasteros y los desvanes. Y si puedo intento recuperar lo que se ha dejado caer en ellos.

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