lunes, 18 de noviembre de 2013

Fragmento de Errantes.

Hoy, como siempre que descubro algo que no supe distinguir ayer, me he asombrado ante el hecho inquietante de que me sigue una figura negra; es alarmantemente familiar y nunca igual, se alarga o acorta, va delante de mí, detrás, a los lados y todos esos ángulos a la vez. Nace de mis pies, me prolonga. No tarde mucho en darme cuenta de que la creaba yo. Intenté pisarla a ver si me dolía, pero no, y a ella tampoco pareció afectarle. Es muy escurridiza, cuando quieres cogerla no se deja. Te huye, es imposible atraparla. Lo intenté con otra, y así añadí a lo que sabía, que la mía no es la única, que todos y todo tienen una. Es entre divertido y frustrante jugar con ellas. Me pasé el día persiguiendo a las que vi, los demás me miraban y se sonreían, no sé si sabían exactamente lo que estaba haciendo.
 Rompí a llorar cuando, al ponerse el sol, desaparecieron. Mis nuevas amigas ya no estaban, y no tenía ninguna garantía de que volvieran; igual solo estaban hoy, mis sentidos cambiaban mientras aprendían a mostrarme el mundo. Mamá me cogió en brazos y trató de calmarme pero era inconsolable. Me entró dentro, encendió una luz y me callé en seco: ahí estaban de nuevo, mi sombra confundida con la de mi madre. Las manos se me iban tras ellas, y mamá sonriendo, comprendió.
Esa noche, le dio cuerda a la cajita de música, como siempre pero hizo algo que jamás había hecho antes: fue a por una sábana blanca y una vela; la encendió y la fijó delante de la tela, mi madre se puso entre ambas y con una habilidad mágica dominó, ante y para mí, lo que yo no había podido ni tocar: en ese cielo blanco vi pájaros volando, conejos que corrían, perros con las fauces abiertas; docenas de figuras surgían de la luz, para convertidas en sombras, fascinarme; se alargaban titubeantes cuando la vela derramaba más cera, oscilaban si el aire movía la llama, vivían más allá del reflejo que les daba forma. No podría decir cuándo dejé de verlas para soñarlas, los ojos se me cerraban sin quererlo.
A partir de esa noche, mi madre no dejó de interponerse entre la luz y la sábana, haciendo cada vez más complejas las sombras. Se pasaba tardes enteras recortando figuras que fijaba a unos palos largos, luego, mojándolas en luz, conjuraba a las tinieblas para que me contaran lo que ella no podía: yo oí en las luces y vi en la oscuridad domada, los cuentos que mamá había recortado esa tarde mientras renovaba la ilusión de niña ante la cercanía de la noche que los traería, y anticipaba la mía. Las sombras me trajeron sus palabras mudas y pude rescatar del silencio, burlándolo, lo que ellas me contaron y él me negaba.

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