viernes, 19 de febrero de 2010

Elementos

Un espejo cae desde lo alto, se estrella contra el suelo, estalla en mil pedazos, ahí queda, roto, astillado, conservando su forma pero abierta. Suele romperse del centro hacia los lados, creando triángulos isósceles, que se separan del impacto central. Si te asomas ves fragmentados tus rasgos, pero si te acercas mucho te ves en todos y en cada uno de los múltiples trocitos desgajados del azogue original.

El mercurio, metal inquietante, que se rompe recomponiéndose igual; clon de sí mismo, en el que si reunes cada cachito y los juntas, vuelve a ser uno.
Me encantaba que se rompieran los termómetros de vidrio; buscar esas bolitas mínimas, algunas apenas cabezas de alfiler, y con un papel juntarlas todas, acercándolas apenas unas a otras, para ver, como sin fisuras, se unían, se recomponían. Imposible haberse separado alguna vez: ahí estaba el metal, pesado a pesar de su minúsculo tamaño, sobre la palma de la mano.
Una vez intacto, desalojado del tubo de cristal, se podía romper con la punta de un lápiz indefinidamente, comprobando siempre, la creación de esas diminutas bolitas de oro blanco que se independizaban del bloque original, para luego, con simplemente acercarse, volviesen a ser parte de él.

Horas hipnóticas, como con los imanes que se atraen y se repelen. Sientes esa fuerza, esa energía invisible que los junta o impide unirlos, los descoloca, los esclaviza.

Trozos de espejo que reflejan un todo a pesar de los pequeños que sean.
Mercurio imposible de romper.
Imanes esclavos de la energía interna terrestre.

Elementos mágicos con los que la física hace poesía.


1 comentario:

  1. Me has echo recordar cuando era pequeña que me encantaba juntar los imanes intentaba juntarlos por los dos lados ,por el que no podia hacia mucha fuerza , y no digamos del mercurio cuando se rompia el termometro era una fiesta , gracias por hacerme recordar.

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