lunes, 1 de agosto de 2011

Relato, 4 y Última parte; TRISTÁN

A las seis en punto, uno de los hombres, vestido completamente de negro, salió de detrás del teatrillo y de la tela negra que habían colocado como fondo para comenzar a mover sus labios. Resumió lo que iban a ver, la historia de tres hermanos príncipes que se pelearían por el reino y la mano de una bella princesa, que terminaría prisionera de un mago malvado, y que solo uno de ellos lograría vencer. Y eso pasó, y mucho más.

El telón se levantó y unos muñecos delicados, vivos, se movieron ante los ojos de todos, obedientes a unos hilos casi invisibles, que les unían a unas cruces de madera que manejaban los hombres negros. Pero iban más allá, los gestos delicados, los movimientos de cabeza, manos, pies, las luchas y destrezas con espadas, los galopes a caballo, el temible mago que se convirtió en dragón, iban más allá de esos hilos; tenían vida propia.

Tristán observaba cómo se movían las manos de los hombres y algo muy profundo se le removió por dentro: es lo que quería hacer, era su lenguaje, el de los gestos, pero completo, los dedos hablaban más allá de las palabras: creaban vida, la que se movía bajo sus órdenes a través de los hilos; la que se debatía abajo, en el fantástico escenario, y con esos seres expresivos sin necesitar palabras dichas, solo gestos precisos y movimientos hermosos.

Él era un titiritero desde siempre.

Entonces sacó a su muñeco del bolsillo y supo que sería su primer títere, que lo trabajaría en madera hasta tener uno que pudiera expresarse a través de sus dedos, y a la vez de sí mismo. Esa simbiosis de voluntades era lo que veía ante él. Miró a su hombrecito de corteza y entendió lo que ahora le decía: sabía quién era y qué sería desde ese mismo momento. Irradiaba tanta luz que su madre se asustó un poquito, solo hasta que ella misma entendió el porqué de su emoción al ver a esos muñecos vivos: Miró a su hijo y no pudo evitar que sus ojos se humedecieran. Era uno de ellos.

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