viernes, 23 de agosto de 2013

Ellos, los bebés

Ellos, los bebés están en ese mundo mágico del que están aprendiéndolo todo y se fijan en cada detalle con una atención intensa, como para recordarlo siempre. 
No pesan nada, aunque si los tienes rato en brazos, y has perdido la costumbre, acabas notando que no son tan livianos. No paran quietos, se revuelven, como de goma, contorsionándose para ver lo que quieren o detenerte donde algo les llamó la atención.
Usan el dedito que apuntar lo que aún no saben definir, o lloran o ríen para hacerse entender.
Te miran fijamente, como ningún adulto lo hará jamás, mientras les hablas, observando su entorno en busca de las palabras que les dices, aprendiendo a reconcer sus formas y colores. Saben que les cuentas su mundo, el que aún no dominan.
Son imprevisibles, igual se levantan que se sientan o cogen el juguete y lo lanzan ansiosos, y te miran, con esos ojazos siempre profundos, siempre alerta.
Lo que más les gusta lo cogen y se lo llevan a la boca, para reconocerlo mejor, sentir su textura, su dureza. Aprenden a ver con ella y con las manos, que poco a poco, como nuestros ancestros, perderán su torpeza y comenzarán a dominar su entorno: pulsando botones, colocando objetos, adecuándolo a sus necesidades. Irán creciendo, aprendiendo a crecer.
Cada niño es como si pasara por todas y cada una de las etapas evolutivas que tuvo que atravesar el hombre para ser hombre.
Y mientras tanto, les protegemos, les enseñamos, les cuidamos. Y ellos a cambio, nos devuelven nuestro pasado.

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